Saturday, March 29, 2014

Una relación que vive de apariencias


Por: Yoaxis Marcheco Suárez

Existe por ahí un viejo refrán que proviene de la cultura y creencia católicas que reza: «solo se acuerdan de Santa Bárbara cuando truena»; y aunque provengo de una cultura evangélica protestante, donde jamás mencionamos a esa Santa, no es menos cierto que hay muchos por ahí que se acuerdan de Dios y de sus hijos, solo convenientemente, cuando el agua les está llegando al cuello. Es la mejor manera en que quizás pueda explicar el fenómeno castrista en Cuba con respecto a las religiones,  y muy particularmente al cristianismo en sus diversas manifestaciones.

Las primeras décadas de vida del “proceso revolucionario” encabezado por Fidel Castro, quien supo astutamente ubicar en planos de liderazgo muy favorables a su hermano Raúl Castro y a otros personajes fieles a su persona, hasta conformar una verdadera dinastía;  fueron negros para la religión en Cuba. Los golpes asestados por la estirpe de los Castro fueron dirigidos sobre todo al cristianismo el cual se encontraba afianzado y asegurado entre los cubanos por la trayectoria histórica que había alcanzado en el momento del triunfo el primero de enero de 1959, representado por la Iglesia Católica Apostólica y Romana establecida desde el siglo XVI y traída a la Isla por los primeros conquistadores y colonizadores ibéricos, que además ya en la década del 50 del siglo XX era  la religión más aceptada y practicada por los cubanos, amén del sincretismo con las prácticas y cultos afrocubanos; y las iglesias evangélicas protestantes, surgidas en Cuba por la influencia de creyentes evangélicos originarios radicados en Estados Unidos como el pastor Joaquín de Palma, según algunos el primer pastor protestante cubano del que se tenga conocimiento, y que comenzarían a surgir y a crecer dentro de la isla en el ocaso del siglo XIX.

Ese cristianismo representado por católicos romanos y evangélicos protestantes que existía ya en el año 59, poseía sus espacios de culto y sus congregaciones diseminados por todo el país, tanto la iglesia católica, como las diversas denominaciones evangélicas, eran propietarias genuinas de edificaciones entre las que se contemplaban templos, seminarios, colegios y librerías. Fue en la década de los 80 del siglo XIX que se conquistó en la Isla la promulgación de la libertad de culto, que según Marcos Antonio Ramos en su libro Panorama del protestantismo en Cuba, fue precisamente un clérigo protestante nombrado Pedro Duarte quien logró tuviera carácter oficial. Desde entonces los cristianos cubanos gozaron de libertad de credo, de culto y por ende de asociación y reunión. Libertad que se vería amenazada por el egocentrismo del jefe de los barbudos de la Sierra Maestra, el hombre que cambió los tonos de la revolución de verde como las palmas, a rojo como el marxismo-leninismo en su expresión más materialista, atea e intolerante a la religión, y a negro como el oscurecer que llevó a Cuba a su noche más larga y amarga, tal y como dijera el comandante Huber Matos.

Pero lo cierto es que aquella persecución abierta y sin escrúpulos, pasó a ser solapada y encubierta. El pastor Mario Félix Lleonart ha advertido en diversas ocasiones que para los dictadores cubanos la religión ha representado siempre un contrario en potencia. Es un hecho que el cristianismo bien practicado se convierte en enemigo de las dictaduras y de los regímenes totalitarios. El apóstol Pedro dijo así en una ocasión al Sanedrín judío: es preciso servir a Dios ante que a los hombres. Entonces en una estrategia malévola el régimen de La Habana adoptó una postura de aparente apertura, dejó de acusar al cristianismo de ser “el opio del pueblo” y comenzó a usarlo como la droga perfecta para adormecerlo.

Es innegable el crecimiento de las iglesias en Cuba, ese crecimiento es respuesta y síntoma de la necesidad espiritual, de la sed de fe del pueblo cubano y hasta de su sufrimiento material. Ese crecimiento es además la respuesta contundente del Dios eterno: ningún gobierno humano limitado en su existencia (por larga que esta nos parezca) puede contra su accionar poderoso, ninguna dictadura por dura que sea lo podrá desterrar de la espiritualidad de los cubanos. Pero a pesar de ello las iglesias cristianas en Cuba y sus líderes no han asumido un papel protagónico o lo suficientemente activo en la cruzada por conquistar la liberación espiritual y física de los habitantes de la isla, sometidos por casi seis décadas a un sistema asfixiante que los oprime y priva del disfrute de derechos humanos elementales. El teólogo e historiador Marco Antonio Ramos así lo expresó: En Cuba se han alzado desde las iglesias voces críticas al régimen de los hermanos Castro, pero estas han salido de manera dispersa de líderes, pastores y sacerdotes tanto católicos como evangélicos, las críticas no han tenido alcance institucional en ninguna medida. Aunque los obispos católicos de Cuba han emitido cartas pastorales como: “El amor todo lo espera” y más recientemente “La esperanza no defrauda”, esta última disminuyó el espíritu crítico que acompañó a la primera, expresando las ideas cuidadosamente para no crear asperezas considerables con los dictadores.

La iglesia cubana ha pasado a ser, desafortunadamente, el opio en manos de los dictadores. El opio ha sido utilizado de varias maneras: promoviendo el silencio y la apatía entre los fieles a quienes se les enseña a mirar la política como entes pasivos _no si la política es vista para apoyar a los “gobernantes”, cuyo favor quieren ganar a toda costa_, aun cuando se asuma una actitud indolente ante los males que azotan a la nación. El gran pecado que puede cometer cualquier ciudadano cubano es correr contra la corriente oficialista, ser opositor es un estigma doloroso en Cuba, ya no solo ante los adeptos al sistema, sino también ante los hermanos y hermanas de muchas congregaciones. Muchos líderes cristianos sirven como voceros de los dictadores, aseverando ante la opinión pública mundial que en la isla la libertad religiosa es total y perfecta, otros cierran las puertas de sus casas y templos a los opositores y han expulsado de sus membresías a pastores que han alzado la voz profética ante la crítica situación que 55 años de dictadura han creado para el país.

            El reto de las iglesias cristianas cubanas no solo es evangelizar, sino realizar una profunda labor discipuladora, no solo es ganar en número de creyentes, sino devolverles la legítima condición de ciudadanos que el régimen les ha robado, devolver los valores éticos, morales y cívicos que han perdido y ayudarlos a conocer sus deberes y sus derechos. Las iglesias en Cuba hoy tienen la misión divina de enseñar a los cubanos cómo transitar la senda que conduce a la libertad personal y social en el aquí y ahora que vivimos. Dios las ha retado a vivir sin miedo y en libertad. ¿Asumirán los creyentes cubanos el reto divino, o seguirán siendo opio en las manos de los tiranos? Buena pregunta para terminar.


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