Monday, May 14, 2012

LA HISTORIA SE REPITE COMO INFAMIA



Por Orlando Fondevila
Se observa una especie de convulsión originada en el hoy geriátrico represivo que por más de medio siglo -¡se dice pronto!- hace y deshace desde el poder tiránico en Cuba. Más bien deshace. Esa convulsión, cuya onda expansiva se extiende hacia otras latitudes y afecta a sectores vinculados al régimen de alguna forma, huele a chamusquina. De lo que se trata es, con evidentes prisas, de buscar un modo de salvación en los finales. Una desesperación por hallar una salida a una continuidad aunque sea simulada. Quienes han usurpado a sangre y fuego el poder por tanto tiempo, sin escrúpulos y sin piedad, arrasando con todo, buscan ahora, y encuentran, extrañas y obscenas alianzas que les permitan conservarlo, aunque tengan para ello que repartir algunas migajas. Lo tremendo es que sectores antaño perseguidos, humillados y despreciados, entre los que destacan la jerarquía de la Iglesia Católica y antiguos y nuevos, reales o supuestos enemigos, acudan temblorosos al convite de la traición.
Los acontecimientos relacionados con esta estrategia diseñada en el geriátrico- represivo, se precipitan en infame cascada en los últimos tiempos. Penosamente la jerarquía católica cubana parece estar desempeñando el papel principal. Da la impresión de que el Cardenal y los Obispos que se pasean en los mismos Mercedes-Benz que la alta nomenclatura geriátrica, han sido contratados y actúan como dóciles funcionarios del régimen. No solo el Cardenal se mueve como una especie de ministro de exteriores alternativo por los centros de poder en el mundo, en misiones secretas o públicas, sino que él y los Obispos de la Iglesia ponen los recursos y las influencias de la institución al servicio de los intereses y de la propaganda del régimen. Organizan encuentros –saraos y prestan las páginas de sus Revistas para la propaganda de los represores, y ellos mismos se tornan los mejores voceros de la misma. Sirven de anfitriones y de tribuna, de coartada “buenista” a traidores conocidos o solapados, así como a manifiestos agentes de influencia. Larga es la lista. Entre los primeros destaca Carlos Saladrigas, que por cierto no es el único, digamos empresario o ricachón, que busca salvar al régimen y de paso hacerse con algunos despojos con los que engrosar su billetera. Se sabe que se le han unido algunos otros nombres conocidos. Entre los agentes de influencia, unos “sembrados” y otros simplemente miserables morales y/o intelectuales, tendríamos como más visibles, pero no únicos, a los inefables “académicos” López Callejas (alias López –Levy), Jorge Domínguez, Juan Antonio Blanco, Jorge Duany y unos cuantos más. Esto por no mencionar a los traidorzuelos de antigua data.
Obispos y embajadores del castrismo intentar propagar por todo el mundo la imagen de una supuesta Cuba cambiante y reformista dibujada por la gerontocracia represiva de La Habana. Para cumplir sus objetivos y casi siempre bajo los auspicios de la Iglesia, se han convertido en habituales de presuntos eventos académicos en la Isla. Aunque no desdeñan la realización de Seminarios y Encuentros en Madrid y en los Estados Unidos. Presentan en La Habana informes y libritos. Se auxilian de algunas instituciones ad hoc como el Cuban Research Institute de laFIU y también, cómo no, de Asociaciones representativas de la izquierda más radical de los USA. Utilizan y alientan las políticas de cómplice acercamiento obamistas. Venden en sus solemnes y afectadas reuniones diversas golosinas para incautos o para desvergonzados, según sea el caso. Venden la necesidad de “subirse al tren de los cambios” (Saladrigas dixit) que, afirman, están ocurriendo en la sociedad cubana. Que el exilio, para ellos vocablo suavizado en “diáspora”, corra a invertir en puestos de frita en Cuba, eso sí, siendo respetuosos con el geriátrico represivo y sus descendientes. La Iglesia conseguirá, siempre que se mantenga obsequiosa, algunos permisos menores.
La lectura de todo lo que está ocurriendo debe ir más allá de lo anecdótico o de considerarles como hechos aislados. El proceder de la Iglesia y de las últimas y canallescas declaraciones del Cardenal Ortega, la ofensiva entreguista de Saladrigas y sus seguidores y/o paniaguados, el descarado pseudo-academicismo de abiertos o simulados partidarios de la tiranía, forman parte de toda una trama estratégica diseñada por la gerontocracia represiva.
Salvando las distancias de época, de actores y circunstancias, la tiranía y sus cómplices quieren repetir la traición de que fueron objeto el pueblo cubano y quienes habían peleado por su independencia en el siglo XIX. Como ha expuesto brillantemente Rafael Díaz Balart, una de las causas esenciales de las vicisitudes políticas de la República cubana nacida en 1902, es la de que los verdaderos hacedores de la independencia quedarían marginados de los poderes políticos, pero sobre todo de los económicos. Efectivamente, como consecuencia del Tratado de París, las propiedades de los españoles y las de los autonomistas fueron respetadas, mientras que las de aquellos que las habían perdido peleando por la independencia no fueron resarcidas o indemnizadas. Por otra parte, los integrantes del Ejército Libertador, simplemente fueron licenciados y regresados a la vida civil, literalmente “con una mano delante y otra atrás”. No es una simple anécdota que a Quintín Banderas, bravo general de las tres guerras, le ofrecieran un empleo de barrendero. Los cargos de responsabilidad política corresponderían en su , mayoría a los autonomistas, que eran los que “sabían”, los intelectuales, los que estaban preparados. Ya desde el primer gobierno interventor de Leonard Wood, sus principales ministros y colaboradores provenían del sector autonomista. No se trata de descalificarlos sin más, porque algunos de ellos sirvieron lealmente a los intereses del país, por supuesto, sin descuidar nunca sus propios intereses. De lo que se trata es de constatar una realidad radicalmente injusta. Esta injusticia marcaría el devenir de la joven República. Dejaría secuelas indeseables. Ciertamente el poder colonial había sido desplazado. Ya no se recibirían órdenes de la antigua Metrópoli, ni se le pagarían onerosos tributos, pero de facto el poder quedaba en manos de los mismos.
Hoy, pretenden repetir, con sus lógicas variantes, la misma historia de infamia. En el guión diseñado, el poder político estaría, en la “nueva” Cuba que preparan, en manos de los mismos. La misma tiranía, es decir, sus descendientes, con vistosos ropajes reformistas. El poder económico en manos de generales y doctores provenientes de la nomenklatura, que se harían con las propiedades más importantes, solos o en alianza con intereses extranjeros, o con cubanos “respetuosos” que se subirían entusiastas al tren, como Saladrigas y comparsa. A su vera, los “sabios académicos” de afuera y de adentro, y algún que otro politiquillo  pícaro e igualmente “respetuoso”. Y la Iglesia, aquella Iglesia que respaldó en el siglo XIX al poder colonial, del cual formaba parte, ahora vuelve a las andadas, sin las justificaciones que entonces pudo tener. Perdedores serían los de siempre: el pueblo y los combatientes descapitalizados, la chusma “con bajo nivel cultural” (Cardenal Ortega dixit).

El panorama que tienen ante sí los defensores de la libertad y todo el pueblo de Cuba, es ciertamente complejo y peligroso. De tener éxito la estrategia de la gerontocracia represiva castrista, las heridas de la historia quedarían abiertas y el futuro podría ser peor que todo lo vivido. La verdadera libertad, la verdadera justicia, nuevamente pospuesta y traicionada, no podría ser, en ningún caso, definitivamente cancelada. La lucha por alcanzarlas continuaría, nadie lo dude, en las nuevas generaciones del siglo XXI. Cuba no se merece tamaña traición. Los patriotas cubanos, acompañados o solos, debemos impedir la continuidad de la tiranía, por otros medios, que nos quieren imponer.

Wednesday, May 2, 2012

¿Cardenal o vocero del totalitarismo cubano?



Por Normando Hernández


En enero de 2011, publiqué en diariodecuba.com un comentario titulado ¿Cómo entender al Cardenal? En el mismo analizaba como el máximo representante de la iglesia católica cubana cogía el Pulpito de la iglesia para servir de vocero del gobierno  totalitario imperante en Cuba, para promocionar las supuestas reformas que habían emprendido los hermanos Castro. Asimismo el cardenal responsabilizaba al pueblo si las “reformas” fracasaban.


En el artículo de marras recomendaba, para poder entender al cardenal, un juego infantil que me enseñó mi hijita; llamado “El mundo al revés”. El juego consiste en interpretar de forma contraria todo lo que decimos.

Hoy más que nunca toma vigencia entender, al revés, lo que expresa el cardenal Jaime Ortega y Alamino.

Decir en el foro Iglesia y Comunidad: un diálogo sobre el rol de la Iglesia Católica en Cuba, auspiciado por el Centro de Estudios Latinoamericanos David Rockefeller, de la Universidad Harvard, en Cambridge, Massachusetts, que el grupo de los 13 opositores,  pertenecientes al Partido Republicano de Cuba (PRC), que tomaron la Basílica Menor de la Iglesia de Nuestra Señora de la Caridad, en Centro Habana, el 13 de marzo “no fueron sacados a la fuerza”, además de ser  una ofensa a la inteligencia humana ya que solo la palabra desalojo lleva implícita en sí la violencia; hay que interpretarlo de forma contraria y creer lo que aseguró,  Emilio Torres Pérez, uno de los ocupantes: "Fuimos sacados brutalmente del templo".

Por otro lado utilizar la terminología de los liberticidas que mandan en Cuba y expresar que todos los ocupantes pacíficos de la iglesia “eran antiguos delincuentes” tenemos que interpretarlo como los héroes de hoy que serán mártires mañana si nos guiamos por el cardenal Ortega. Decir: “había toda una gente allí sin nivel cultural” hay que dilucidar que los ocupantes son expertos en lucha de La acción noviolenta, discípulos de las enseñanzas de Martin Luther King Jr., Mahatma Gandhi, Gene Sharp. Asimismo asegurar: “algunos con trastornos sicológicos”  tenemos que definirlo como que son unas de las personas más cuerdas que existen hoy dentro de Cuba. Además, las palabras del cardenal dirigidas a estos cubanos son una falta de respeto a la dignidad humana y sus criterios completamente contrarios a la doctrina de Nuestro Señor Jesucristo que, en sus últimos momentos de su paso por la tierra, colgado en la Cruz llegó a encontrar bueno a uno de los dos delincuentes entre los que estaba crucificado.

Pero la cobardía del cardenal Ortega no tiene límites. Revelar una supuesta conversación que sostuvo con el Obispo Agustín Román, que no puede defenderse porque recientemente falleció, es de muy baja catadura moral. Afirma el Sr. Ortega: “Román, me llamó aparte y me dijo: ‘En tus discursos, en tus homilías, tú hablas de reconciliación. No menciones esa palabra en Miami’”, recordó Ortega. “Me costó quitarla pero él conocía mejor el terreno que yo. Pero es terrible que un obispo, que nosotros tengamos que callar esa palabra que es nuestra, que es propia del cristianismo”. Ahora habría que preguntarle al cardenal si reconciliación para él significa solidarizarse con el victimario y darle la espalda a la víctima. Si reconciliación es despreciar a “antiguos delincuentes” denigrar a las personas “sin nivel cultural” o darle la espalda a los que tienen “trastornos psicológicos”. Quizás reconciliación para el cardenal es alinearse, ser cómplice y vocero de los que tienen, no solo las manos, sino hasta las entrañas manchadas de sangre en Cuba.

Sobre  nuestro destierro el cardenal afirmó que las Damas de Blanco estuvieron de acuerdo con el exilio forzado. ¡Ya sabemos como entender las afirmaciones del cardenal!

En mi caso muy particular cuando el cardenal me llamo a la prisión para informarme que sería puesto en libertad si aceptaba ser trasladado a España junto a mi familia le dije que sí y le di las gracias por su gestión. No me dejaron despedirme de mi padre, hermana y sobrinos. Me encontré en el aeropuerto con mi esposa e hija y en nuestro pasaporte estamparon SALIDA DEFINITIVA. Ahora no me arrepiento del paso que di, pero sí en haber confiado en un cardenal vocero del totalitarismo cubano.