Por Orlando Fondevila
Se observa una especie de
convulsión originada en el hoy geriátrico represivo que por más de medio siglo
-¡se dice pronto!- hace y deshace desde el poder tiránico en Cuba. Más bien
deshace. Esa convulsión, cuya onda expansiva se extiende hacia otras latitudes
y afecta a sectores vinculados al régimen de alguna forma, huele a chamusquina.
De lo que se trata es, con evidentes prisas, de buscar un modo de salvación en
los finales. Una desesperación por hallar una salida a una continuidad aunque
sea simulada. Quienes han usurpado a sangre y fuego el poder por tanto tiempo,
sin escrúpulos y sin piedad, arrasando con todo, buscan ahora, y encuentran,
extrañas y obscenas alianzas que les permitan conservarlo, aunque tengan para
ello que repartir algunas migajas. Lo tremendo es que sectores antaño
perseguidos, humillados y despreciados, entre los que destacan la jerarquía de
la Iglesia Católica y antiguos y nuevos, reales o supuestos enemigos, acudan
temblorosos al convite de la traición.
Los acontecimientos
relacionados con esta estrategia diseñada en el geriátrico- represivo, se
precipitan en infame cascada en los últimos tiempos. Penosamente la jerarquía
católica cubana parece estar desempeñando el papel principal. Da la impresión
de que el Cardenal y los Obispos que se pasean en los mismos Mercedes-Benz que
la alta nomenclatura geriátrica, han sido contratados y actúan como dóciles
funcionarios del régimen. No solo el Cardenal se mueve como una especie de ministro
de exteriores alternativo por los centros de poder en el mundo, en misiones
secretas o públicas, sino que él y los Obispos de la Iglesia ponen los recursos
y las influencias de la institución al servicio de los intereses y de la
propaganda del régimen. Organizan encuentros –saraos y prestan las páginas de
sus Revistas para la propaganda de los represores, y ellos mismos se tornan los
mejores voceros de la misma. Sirven de anfitriones y de tribuna, de coartada
“buenista” a traidores conocidos o solapados, así como a manifiestos agentes de
influencia. Larga es la lista. Entre los primeros destaca Carlos Saladrigas,
que por cierto no es el único, digamos empresario o ricachón, que busca salvar
al régimen y de paso hacerse con algunos despojos con los que engrosar su
billetera. Se sabe que se le han unido algunos otros nombres conocidos. Entre
los agentes de influencia, unos “sembrados” y otros simplemente miserables
morales y/o intelectuales, tendríamos como más visibles, pero no únicos, a los
inefables “académicos” López Callejas (alias López –Levy), Jorge Domínguez,
Juan Antonio Blanco, Jorge Duany y unos cuantos más. Esto por no mencionar a
los traidorzuelos de antigua data.
Obispos y embajadores del
castrismo intentar propagar por todo el mundo la imagen de una supuesta Cuba
cambiante y reformista dibujada por la gerontocracia represiva de La Habana.
Para cumplir sus objetivos y casi siempre bajo los auspicios de la Iglesia, se
han convertido en habituales de presuntos eventos académicos en la Isla. Aunque
no desdeñan la realización de Seminarios y Encuentros en Madrid y en los
Estados Unidos. Presentan en La Habana informes y libritos. Se auxilian de
algunas instituciones ad hoc como el Cuban Research Institute de laFIU y
también, cómo no, de Asociaciones representativas de la izquierda más radical
de los USA. Utilizan y alientan las políticas de cómplice acercamiento
obamistas. Venden en sus solemnes y afectadas reuniones diversas golosinas para
incautos o para desvergonzados, según sea el caso. Venden la necesidad de
“subirse al tren de los cambios” (Saladrigas dixit) que, afirman, están
ocurriendo en la sociedad cubana. Que el exilio, para ellos vocablo suavizado
en “diáspora”, corra a invertir en puestos de frita en Cuba, eso sí, siendo
respetuosos con el geriátrico represivo y sus descendientes. La Iglesia
conseguirá, siempre que se mantenga obsequiosa, algunos permisos menores.
La lectura de todo lo que
está ocurriendo debe ir más allá de lo anecdótico o de considerarles como
hechos aislados. El proceder de la Iglesia y de las últimas y canallescas
declaraciones del Cardenal Ortega, la ofensiva entreguista de Saladrigas y sus
seguidores y/o paniaguados, el descarado pseudo-academicismo de abiertos o
simulados partidarios de la tiranía, forman parte de toda una trama estratégica
diseñada por la gerontocracia represiva.
Salvando las distancias de
época, de actores y circunstancias, la tiranía y sus cómplices quieren repetir
la traición de que fueron objeto el pueblo cubano y quienes habían peleado por
su independencia en el siglo XIX. Como ha expuesto brillantemente Rafael Díaz
Balart, una de las causas esenciales de las vicisitudes políticas de la
República cubana nacida en 1902, es la de que los verdaderos hacedores de la
independencia quedarían marginados de los poderes políticos, pero sobre todo de
los económicos. Efectivamente, como consecuencia del Tratado de París, las
propiedades de los españoles y las de los autonomistas fueron respetadas,
mientras que las de aquellos que las habían perdido peleando por la
independencia no fueron resarcidas o indemnizadas. Por otra parte, los
integrantes del Ejército Libertador, simplemente fueron licenciados y
regresados a la vida civil, literalmente “con una mano delante y otra atrás”.
No es una simple anécdota que a Quintín Banderas, bravo general de las tres
guerras, le ofrecieran un empleo de barrendero. Los cargos de responsabilidad
política corresponderían en su , mayoría a los autonomistas, que eran los que
“sabían”, los intelectuales, los que estaban preparados. Ya desde el primer
gobierno interventor de Leonard Wood, sus principales ministros y colaboradores
provenían del sector autonomista. No se trata de descalificarlos sin más,
porque algunos de ellos sirvieron lealmente a los intereses del país, por
supuesto, sin descuidar nunca sus propios intereses. De lo que se trata es de
constatar una realidad radicalmente injusta. Esta injusticia marcaría el
devenir de la joven República. Dejaría secuelas indeseables. Ciertamente el
poder colonial había sido desplazado. Ya no se recibirían órdenes de la antigua
Metrópoli, ni se le pagarían onerosos tributos, pero de facto el poder quedaba
en manos de los mismos.
Hoy, pretenden repetir, con sus lógicas
variantes, la misma historia de infamia. En el guión diseñado, el poder
político estaría, en la “nueva” Cuba que preparan, en manos de los mismos. La
misma tiranía, es decir, sus descendientes, con vistosos ropajes reformistas. El
poder económico en manos de generales y doctores provenientes de la
nomenklatura, que se harían con las propiedades más importantes, solos o en
alianza con intereses extranjeros, o con cubanos “respetuosos” que se subirían
entusiastas al tren, como Saladrigas y comparsa. A su vera, los “sabios
académicos” de afuera y de adentro, y algún que otro politiquillo pícaro e igualmente “respetuoso”. Y la
Iglesia, aquella Iglesia que respaldó en el siglo XIX al poder colonial, del
cual formaba parte, ahora vuelve a las andadas, sin las justificaciones que
entonces pudo tener. Perdedores serían los de siempre: el pueblo y los
combatientes descapitalizados, la chusma “con bajo nivel cultural” (Cardenal
Ortega dixit).
El panorama que tienen ante sí los defensores de
la libertad y todo el pueblo de Cuba, es ciertamente complejo y peligroso. De
tener éxito la estrategia de la gerontocracia represiva castrista, las heridas
de la historia quedarían abiertas y el futuro podría ser peor que todo lo
vivido. La verdadera libertad, la verdadera justicia, nuevamente pospuesta y
traicionada, no podría ser, en ningún caso, definitivamente cancelada. La lucha
por alcanzarlas continuaría, nadie lo dude, en las nuevas generaciones del
siglo XXI. Cuba no se merece tamaña traición. Los patriotas cubanos,
acompañados o solos, debemos impedir la continuidad de la tiranía, por otros
medios, que nos quieren imponer.
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