Por Normando Hernández
En enero de 2011, publiqué en diariodecuba.com un
comentario titulado ¿Cómo entender al Cardenal? En el mismo analizaba como el
máximo representante de la iglesia católica cubana cogía el Pulpito de la
iglesia para servir de vocero del gobierno
totalitario imperante en Cuba, para promocionar las supuestas reformas
que habían emprendido los hermanos Castro. Asimismo el cardenal
responsabilizaba al pueblo si las “reformas” fracasaban.
En el artículo de marras recomendaba, para poder
entender al cardenal, un juego infantil que me enseñó mi hijita; llamado “El
mundo al revés”. El juego consiste en interpretar de forma contraria todo lo
que decimos.
Hoy más que nunca toma vigencia entender, al revés, lo
que expresa el cardenal Jaime Ortega y Alamino.
Decir en el foro Iglesia y Comunidad: un diálogo sobre
el rol de la Iglesia Católica en Cuba, auspiciado por el Centro de Estudios
Latinoamericanos David Rockefeller, de la Universidad Harvard, en Cambridge,
Massachusetts, que el grupo de los 13 opositores, pertenecientes al Partido Republicano de Cuba
(PRC), que tomaron la Basílica Menor de la Iglesia de Nuestra Señora de la
Caridad, en Centro Habana, el 13 de marzo “no fueron sacados a la fuerza”,
además de ser una ofensa a
la inteligencia humana ya que solo la palabra desalojo lleva implícita en sí la
violencia; hay que interpretarlo de forma contraria y creer lo que
aseguró, Emilio Torres Pérez, uno de los
ocupantes: "Fuimos sacados brutalmente del templo".
Por otro lado utilizar la terminología de los
liberticidas que mandan en Cuba y expresar que todos los
ocupantes pacíficos de la iglesia “eran antiguos delincuentes” tenemos que
interpretarlo como los héroes de hoy que serán mártires mañana si nos guiamos
por el cardenal Ortega. Decir: “había toda una gente allí sin nivel cultural”
hay que dilucidar que los ocupantes son expertos en lucha de La acción noviolenta,
discípulos de las enseñanzas de Martin Luther King Jr., Mahatma Gandhi, Gene
Sharp. Asimismo asegurar: “algunos con trastornos sicológicos” tenemos que definirlo como que son unas de las
personas más cuerdas que existen hoy dentro de Cuba. Además, las palabras del cardenal
dirigidas a estos cubanos son una falta de respeto a la dignidad humana y sus criterios
completamente contrarios a la doctrina de Nuestro Señor Jesucristo que, en sus
últimos momentos de su paso por la tierra, colgado en la Cruz llegó a encontrar
bueno a uno de los dos delincuentes entre los que estaba crucificado.
Pero la cobardía del cardenal Ortega no tiene límites.
Revelar una supuesta conversación que sostuvo con el Obispo Agustín Román, que
no puede defenderse porque recientemente falleció, es de muy baja catadura
moral. Afirma el Sr. Ortega: “Román, me llamó aparte y me dijo: ‘En tus
discursos, en tus homilías, tú hablas de reconciliación. No menciones esa
palabra en Miami’”, recordó Ortega. “Me costó quitarla pero él conocía mejor el
terreno que yo. Pero es terrible que un obispo, que nosotros tengamos que
callar esa palabra que es nuestra, que es propia del cristianismo”. Ahora habría
que preguntarle al cardenal si reconciliación para él significa solidarizarse
con el victimario y darle la espalda a la víctima. Si reconciliación es
despreciar a “antiguos delincuentes” denigrar a las personas “sin nivel
cultural” o darle la espalda a los que tienen “trastornos psicológicos”. Quizás
reconciliación para el cardenal es alinearse, ser cómplice y vocero de los que
tienen, no solo las manos, sino hasta las entrañas manchadas de sangre en Cuba.
Sobre nuestro
destierro el cardenal afirmó que las Damas de Blanco estuvieron de acuerdo con
el exilio forzado. ¡Ya sabemos como entender las
afirmaciones del cardenal!
En mi caso muy particular cuando el cardenal me llamo
a la prisión para informarme que sería puesto en libertad si aceptaba ser
trasladado a España junto a mi familia le dije que sí y le di las gracias por
su gestión. No me dejaron despedirme de mi padre, hermana y sobrinos. Me
encontré en el aeropuerto con mi esposa e hija y en nuestro pasaporte
estamparon SALIDA DEFINITIVA. Ahora
no me arrepiento del paso que di, pero sí en haber confiado en un cardenal
vocero del totalitarismo cubano.
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