Friday, December 18, 2015

Palabras de Lincoln Diaz-Balart en el acto de conmemoración del 67 aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos



Palabras de Lincoln Diaz-Balart en el acto de conmemoración del 67 aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, en Tampa, Florida, el 10 de diciembre de 2015


La solidaridad es tan importante, queridos amigos. Si yo tuviera que escoger una razón, la mayor razón, la razón más importante por la que ha durado tantos trágicos años la dictadura cubana – 57 años el mes que viene – tendría que decir que ha sido la falta de solidaridad internacional con el derecho del pueblo cubano a ser libre.

            Por eso, cuando observo a Gracia Bennish y sus colegas, que van a Cuba no buscando los placeres del indigno turismo apartheid, sino para reunirse con cubanos oprimidos, y ayudarlos, recuerdo las palabras de José Martí, que habló tan cerca de donde nos reunimos esta tarde, “cuando hay muchos hombres sin decoro, hay hombres que tienen el decoro de muchos hombres.”

            Hace unos minutos, Gracia nos recordaba que el derecho a la democracia forma parte de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Ese hecho es de gran importancia.

            El derecho a la democracia también forma parte del derecho internacional de las Américas. El documento fundacional del sistema Interamericano, la Carta de la Organización de los Estados Americanos, especifica en su Capítulo II, Artículo 3, Sección (d), “La solidaridad de los Estados americanos y los altos fines que con ella se persiguen, requieren la organización política de los mismos sobre la base del ejercicio efectivo de la democracia representativa.”

            Nunca podemos dejar de trabajar hasta que ese derecho se convierta en una realidad.

            Me preguntaron al entrar aquí hoy, si los patriotas de la “Casa Cuba” de Tampa, muchos de los cuales nos acompañan esta tarde, no se están cansando. Mi querido amigo y líder de la “Casa Cuba”, Alfredo Moreno, que nos acompañó en el acto del año pasado, ha fallecido, aunque está aquí en espíritu hoy con nosotros. Cuando uno ve a Leonardo Rodriguez Alonso, aquí junto a nosotros, que trabaja valientemente por la libertad de Cuba dentro de la isla cautiva, y cuando uno observa a Mario Felix Lleonart y Yoaxis Marcheco, también admirables patriotas cubanos, o vemos a Lori Diaz, que literalmente le abre su casa en Miami a los oprimidos, o a Guillermo Toledo y su esposa Maria Isabel, uno ve en todos ellos, queridos amigos, a los patriotas de la “Casa Cuba”, y recordamos también el ejemplo de la generación de nuestros abuelos y la generación de nuestros padres, que mantuvieron viva la llama de la Republica en el exilio durante todas estas décadas.

            También al llegar aquí hoy, uno de los jóvenes y brillantes colegas de Gracia, que estuvo en Cuba con ella recientemente, Gabriel, un nombre tan especial para mí, Gabriel Krebsbach, me comentó que lo que más le impactó del pueblo de Cuba fue que, a pesar de las extraordinarias dificultades económicas y de la represión que sufre el pueblo, los cubanos son cariñosos y supremamente generosos. “Lo poco que tienen”, me dijo “se lo ofrecen a sus invitados”.

            Y me di cuenta de que Gabriel había captado una realidad críticamente importante: A pesar de sufrir el supremo horror de más de medio siglo de totalitarismo anti-cubano, la tiranía no ha podido destruir la naturaleza, la esencia, del pueblo cubano. Y ese hecho, que el mal no ha podido destruir a Cuba – que, en el subsuelo, Cuba vive – hará posible el resurgimiento y la reconstrucción de Cuba.

            Hemos pasado del fin del comienzo, al comienzo del fin, queridos amigos.

            Y los dejo con unas palabras que pronunció mi padre, en el 40 aniversario de la fundación de La Rosa Blanca:
“De igual manera que cuando fundamos La Rosa Blanca, en enero de 1959, solamente podíamos esperar agresiones, incomprensiones, cárceles y golpes, hoy, a estas alturas de nuestra vida, resulta obvio que sería necio albergar ambiciones o aspiraciones personales.
Pero, de la misma manera, seria innoble no cultivar ilusiones. Junto a las ideas concretas, parte de nuestro programa, que hoy he compartido con ustedes, nada ni nadie puede ni podrá, jamás, matar nuestras ilusiones, que son el motor y la brújula de nuestra humilde existencia. Hoy, más que nunca, yo tengo muchas ilusiones y voy a confesarles a ustedes, en secreto, algunas de esas ilusiones.
Yo tengo la ilusión, la gran ilusión, de que los cubanos aprendamos a comprendernos, a respetarnos y, ¿por qué no? , a amarnos los unos a los otros.
Yo tengo la ilusión, la gran ilusión, de que nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos y los hijos de los hijos de nuestros hijos, vivan en una patria libre, estable, fraterna, progresista y feliz, que permanezca como una gran nación, por lo menos, durante todo el tercer milenio.
Yo tengo la ilusión, la gran ilusión, de que nunca jamás, un cubano o una cubana, juzgue a otro cubano o cubana, por el color de su piel, o por su origen, sino por los sentimientos de su corazón y la impronta de su conducta.
Yo tengo la ilusión, la gran ilusión, de que Cuba resucitara y resurgirá de sus propias cenizas, como el Ave Fénix.
Yo tengo la ilusión, la gran ilusión, de que Cuba vuelva a ser la nacían más próspera y feliz de América Latina, no perfecta, porque no hay institución humana perfecta, pero sí, permanentemente perfectible, aún más rica, más justa y más prospera que antes del desastre.
Yo tengo la ilusión, la gran ilusión, de que Cuba sea muy pronto, una República como la soñó el Apóstol, " cuya ley primera sea el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre.”
Yo tengo la ilusión, la gran ilusión, de que las nuevas generaciones cubanas, hombres y mujeres, los pinos nuevos, ayudados por los viejos robles, trabajen siempre con honradez, con dedicación, con patriotismo, con amor, con entrega y con eficacia, en favor de la patria, que es de todos, como todos somos de la patria, patria que fue definida poéticamente por el Apóstol como, "Fusión dulcísima y consoladora de amores y esperanzas”.

Y por último, mis queridos amigos, yo tengo la ilusión, la gran ilusión, de que Cuba vuelva a ser como la califico el gran filósofo Thomas Merton en los años 40 del siglo 20, “una analogía del Reino de los Cielos” y no una sucursal del infierno, una sucia sucursal del infierno, como es hoy. Y también, mis queridos amigos, yo tengo la ilusión, la gran ilusión, de verlos a todos ustedes, y abrazarlos a todos ustedes muy pronto, en una Cuba libre, independiente, soberana y feliz.”


Muchas gracias.