Monday, April 28, 2014

El castrismo mata y no miente


A continuación reproducimos un reciente artículo del escritor independiente cubano, Orlando Luis Pardo Lazo.

El castrismo es, ante todo, biopolítica. Poder sobre la vida y la muerte de cada uno de los individuos, dentro y fuera de las fronteras nacionales de la islita inicua del mar Caribe. El castrismo es necropolítica o no es nada: muerte o perdón de vida, a veces con viso legal y a veces en un suculento secreto.

La pena de muerte fue restituida en Cuba tan pronto como se instauró la guerrilla de Fidel Castro en la Sierra Maestra. A Ernesto Ché Guevara y Raúl Castro, dos “líderes” que no causaron ni una sola baja en combate al ejército constitucional de Fulgencio Batista, les encantaba matar hombres maniatados, especialmente cuando el acusado provenía de las filas del propio Ejército Rebelde. Así ganaron sus grados, sus charreteras relucientes de cadáveres condenados por “convicción”.


En el llamado “llano”, en el clandestinaje violento urbano de 1957 y 1958, la pena de muerte revolucionaria era aplicada alegremente en plena calle cubana por los tiratiros —no confundir con los terroristas— del Movimiento 26 de Julio (M-26-7).
Luego del apoteósico triunfo del 1° de enero de 1959, el gobierno hizo de la muerte su primera ley, y fusiló en masa a varias generaciones de exbatistianos y neocastristas. Hay documentadas miles de “penas máximas”, pero la cifra real seguirá siendo un misterio hasta después del fin de los tiempos. No hay actas. No porque un orwelliano aparato de inteligencia los destruyera, no. No hay actas porque en la mayoría de los casos nunca las hubo. Se fusilaba mediante designaciones a dedo. Antes del juicio incluso. Por decreto. Como castigo ejemplarizante. Por prevención. Por odio al pueblo cubano y su anticomunismo natural. Una y otra vez, por “convicción”: es decir, por los cojones del comandante.
En esta lista hay muchos crímenes, con bombas verdaderas y con infartos inverosímiles, cometidos en el exilio. Algunos de mano de los propios diplomáticos cubanos, que portan armas y las disparan en paz, incluso en la más conservadora capital de la civilizada Europa, como hizo Carlos Medina Pérez en el Londres de 1988.
En esa Lista de Castro cayó, en octubre de 2011, en el hospital habanero Calixto García, la líder fundadora del movimiento pacífico pro-democracia Damas de Blanco, la entrañable Laura Pollán, traicionada acaso hasta por los más cercanos a ella. En esa Lista de Castro también cayó, en julio de 2012, en una carretera cerrada al tráfico de las provincias de Camagüey o Las Tunas o Granma —eso nunca lo sabremos, pues nadie tiene el derecho de creer en el reporte forense estatal—, el líder fundador del pacífico Movimiento Cristiano Liberación, el intelectual Oswaldo Payá, junto a su joven colaborador Harold Cepero. Tanto Oswaldo como Laura habían ganado para Cuba el Premio Andrei Sajarov para la Libertad de Conciencia del Parlamento Europeo, en 2002 y 2005 respectivamente.
Eso Fidel no lo perdona. Como no perdona la esperanza de una liberación. Como no perdona que exista un futuro después de él.
Ahora contamos con un testimonio vivo de aquel doble atentado en el oriente cubano, el domingo 22 de julio de 2012. Ese testimonio lo acaba de publicar la editorial madrileña Anaya [http://www.anayamultimedia.es/libro.php?id=3273521].
El libro se llama Muerte bajo sospecha (2014), y es la crónica del crimen en voz del joven político español Ángel Carromero (de las Nuevas Generaciones del Partido Popular), testigo directo de la tragedia, que iba manejando el Hyundai de turismo cuando sobrevino la ejecución extrajudicial, junto a las víctimas mortales Harold Cepero y Oswaldo Payá, y junto al político sueco Jens Aron Modig: otro sobreviviente, pero éste aún negado a decirlo todo, tras declararse “amnésico” de este “accidente” causado, según el Estado cubano, por la “imprudencia” de un chofer “sin licencia de conducir”.
Los hechos. Poco después del mediodía del 22-7-2012, el Hyundai fue sacado de la carretera por otro auto, tal vez en una clásica maniobra PIT. Nadie resultó herido. Enseguida se les encimó un grupo de hombres no identificados y en ropa civil. Los extranjeros fueron reducidos con golpes técnicos y llevados en furgonetas independientes al hospital de Bayamo, ya para entonces tomado por oficiales del ejército y la policía nacional. De los cubanos, poco más se supo. Pero unas horas después, sin atención médica, Harold Cepero y Oswaldo Payá eran los últimos cadáveres del castrismo.
Nada se supo, ni se sabrá nunca, de la identidad de esos “anónimos héroes” que transportaron a los dos sobrevivientes extranjeros. Ni siquiera se indagó por ellos en el juicio que se hizo en Bayamo, acaso pactado entre la Plaza de la Revolución y el Palacio de la Moncloa, donde, meses después, se condenó a cuatro años de cárcel a Ángel Carromero por “homicidio imprudente”. El sueco para entonces ya se paseaba por Suecia, renunciando a su carrera política, mientras que su testimonio era desestimado como “no relevante” por una corte cubana para este “caso común”. De manera que nunca lo llamaron a declarar.
Todo esto se supo desde el inicio, pues Carromero y Modig transmitieron varios sms justo después del crimen, incluso lograron llamar a sus respectivos jefes en Suecia y España —hoy en sospechoso silencio—, antes de que les quitaran los teléfonos extranjeros en el hospital y los mantuvieran incomunicados, a pesar de los reclamos de la familias Payá y Cepero de entrevistarse con ambos.
Lo más siniestro de Muerte bajo sospecha es que se trata del testimonio de un condenado a muerte, pues Ángel Carromero cuenta que, antes de ser finalmente deportado a su patria para expirar su condena en España (en diciembre 2012), un oficial de la Seguridad del Estado cubana le advirtió que si alguna vez contaba la verdad, él también sería ejecutado extrajudicialmente, como Harold Cepero y Oswaldo Payá.
Pueden creerle o no ahora a Ángel Carromero. No importa. Pero hay miles de muertos para sí creerle a ese oficial cubano del horror.

El castrismo únicamente miente en público. En privado, jamás.

Publicado en El Nacional. 

Friday, April 18, 2014

Solidaridad



Por: Yoaxis Marcheco Suárez
A mis entrañables Lori y Luis Bernal, a los cubanos y cubanas de afuera
Tengo la seguridad de que el tiempo de los llaneros solitarios nunca existió y que solo es pura ficción y fantasía hollywoodense. Las batallas de la vida, sobre todo las empresas difíciles, son imposibles de vencer en solitario, se necesita un cordón fuerte de corazones dispuestos para alcanzar la victoria final dentro de cualquier contienda.   La historia de Cuba está saturada de ejemplos de solidaridad en los que el exilio ha tenido un papel relevante. Las luchas contra la colonia española llevadas a cabo por cubanos dentro de la isla, se sustentaron y sufragaron con el dinero, el sudor y el sacrificio de cientos de hijos de Cuba radicados en el exterior, quienes además acogieron y apoyaron a patriotas y a líderes como el mismo Martí. Ejemplo destacable es el de los tabaqueros cubanos emigrados de Tampa,  a quienes el héroe en un elocuente discurso les pidió que “lo ayudasen a conquistar la independencia de Cuba aportando hombres, armas y dinero”. “Muchos obreros cambiaron las chavetas por machetes y otros donaron centenares de miles de pesos para salvar la Patria de la opresión española y crear la República de Cuba”. Solo gracias a esos puntales se logró planificar  la guerra contra los españoles, trazar las metas e incluso crear el Partido Revolucionario Cubano.


No fue el más grande de los cubanos un mercenario por recibir el  apoyo de los hermanos en el exterior, al contrario, el empeño de Martí no se habría materializado sin la ayuda de los exiliados. Hoy también es imposible alcanzar la libertad de Cuba solo con los de adentro, necesitamos de ese pedazo valioso e importante de patria  que es la diáspora. El problema de Cuba debe ser de la incumbencia  de todos los cubanos y cubanas, dentro y fuera de la isla, y diría más, de cualquier persona honrada y digna de este mundo.

La soledad y el aislamiento a las  que los gobernantes cubanos pretenden someter al pueblo y en especial a quienes disentimos en el interior del país, se derriban con  la fraternidad de los buenos cubanos de afuera. La unión de todos nos dará las fuerzas suficientes para enfrentarnos a los dictadores; y el ahínco, la perseverancia y la pasión que pongamos en la lucha por defender el rincón bendito que Dios nos ofreció como terruño para nacer,  nos llevará al cambio trascendental y renovador que tanto necesitamos. No importa si permanecemos dentro  o si la vida nos llevó a algún lejano rincón, no podemos, ni debemos olvidar, ni sacarnos de lo más hondo de nuestras entrañas, a esta perla pequeña que nada en el mar de la Antillas.

Tuesday, April 15, 2014

La libertad desarmada


Por Lincoln Diaz-Balart

Desde su gestación y desde sus primeros pasos ya en el poder, el castrismo tuvo claro que su proyecto totalitario, inspirado y alimentado por sus fuentes estalinistas y mussolinianas, tenía que utilizar todas las armas para conseguir el poder y para su consolidación y permanencia. Y todas debían emplearse sin escrúpulos. Cuando para justificar sus paredones, sus robos y arbitrariedades Castro afirmaba que la revolución, es decir, su poder omnímodo, era fuente de todo derecho, también estaba advirtiendo que lo era de toda ética. En otras palabras, todo vale, todo es legítimo siempre que sirva a la tiranía. Y en pura lógica castrista, nada lo es si contraría su poder. Y, por supuesto, semejante vara de medir o “principio” castrista, es aplicable a la cultura: “dentro de la revolución todo, contra la revolución nada”.

La batalla cultural, o por el control de las mentes, es para el totalitarismo tan o más importante que cualquier otra. Estos tiranos saben que necesitan de los cañones, de los calabozos y de las fustas, saben que necesitan controlar todos los recursos económicos, pero saben que ante todo necesitan controlar las mentes, las almas de los esclavos. El objetivo mayor es que los esclavos se sientan regocijados con su condición, que aplaudan sus cadenas. Al menos que no concienticen su condición de esclavos. No por gusto Castro se hizo con el control de la educación y de la prensa casi al unísono e incluso antes que del resto de las empresas privadas. Muy pronto, desde los aciagos y confusos primeros días de 1959, las hordas “revolucionarias” se lanzaron al asalto de la Universidad, de las escuelas privadas y de la prensa, la radio, la televisión y el cine. Finalmente, amarraron corto a todo tipo de creador intelectual y artístico con el engendro de la UNEAC. Quedaba así consumado el desarme absoluto de la libertad. El desarme de la libertad al interior de Cuba, pero también dirigido al exterior, porque la tiranía albergaba ambiciones sin fronteras, sobre todo en lo que consideraba su principal esfera de influencia: América Latina. Y así, paradójicamente, utilizaría todos los recursos de la libertad para conspirar contra ella. Por eso, el financiamiento de la violencia, del terrorismo, de las guerrillas y de todo posible mecanismo de desestabilización, y por todas las vías a su alcance, sean estas abiertas o encubiertas. Los servicios de inteligencia castristas han contado desde el principio con todos los recursos y nunca les ha detenido nada. En este arsenal de medios empleados por décadas ha ocupado un lugar de privilegio el empleo de todos los medios y subterfugios para la propaganda, la influencia y el chantaje. La guerra cultural, sin duda, ha ocupado un lugar de privilegio en la estrategia totalitaria.

No es casualidad que entre las primeras acciones para la subversión y la propaganda sucia y descarada, estuvieran la creación de Prensa Latina y Radio Habana Cuba, así como el apoyo y el financiamiento de publicaciones y programas por diversos medios, para lo cual se han servido de testaferros, agentes de influencia y personajes afines en diversos países. Nunca ha faltado para estos menesteres ni dinero ni recursos. Detrás, siempre diligentes, los servicios de inteligencia, el tenebroso Departamento América del Comité Central, así como organizaciones pantalla como el Instituto de Amistad con los Pueblos, la Casa de América, las llamadas organizaciones de solidaridad, y más recientemente los programas supuestamente benéficos como las misiones educativas o médicas.

Pero el mundo continuaría su desarrollo más allá de los lindes de la cerrada y oscura finca castrista. Y surgieron internet y las llamadas redes sociales. Una verdadera explosión de libertad de difícil control. El régimen se topó con una realidad que no podía ignorar. Y entonces, como siempre, buscó el remedo y la trampa. Por un lado, impedir el libre acceso a internet, bloquear páginas indeseables y encarecer el acceso a la red. Por otro, la creación de redes alternativas perfectamente controladas. Pero por una rara inversión ética, esto, que es un escándalo en sí mismo y que debiera ser objeto permanente de denuncia por parte de responsables políticos en los países democráticos, así como por periodistas, intelectuales y personas decentes en todo el mundo, es olvidado o tratado superficialmente, mientras se muestra una exquisita sensibilidad ante cualquier intento por burlar la censura y buscar vías para que el pueblo cubano pueda ejercer su derecho a la libre información y comunicación. Así, recientemente, muchos se han rasgados las vestiduras por la existencia de programas como Zunzuneo o Piramideo, que han buscado hacer llegar la libertad de internet al pueblo cubano, y que lo lamentable realmente ha sido su limitada eficacia. Cuando la verdadera indignación debería estar dirigida a las causas que les han motivado.

Lo evidente es que la tiranía no puede soportar el más mínimo resquicio de libertad, por más piruetas y visajes que ensaye de cara a la galería. Continúa con sus felonías de siempre, dentro y fuera de Cuba, aun cuando se vea precisada a realizar variaciones tácticas. Enquistada y convertida en rutina, la canallada se ha tornado casi invisible y casi aceptable para muchos. Y hasta hay quienes quieren advertir “cambios” en lo que no son más que muecas circunstanciales y tramposas. Se produce así una especie de adormilamiento ético que conduce al acomodamiento y tranquila coexistencia con el mal. Queda entonces la libertad desarmada.

Lo que se impone es que armemos a la libertad, que la defendamos cada día. Que apoyemos a quienes luchan por ella en claras condiciones de desventaja y precariedad. No escatimemos esfuerzos ni recursos para ello. No nos dejemos intimidar ni camelar por los enemigos de la libertad. Nada de posiciones vergonzantes respecto a la defensa y promoción de la libertad. Frente al enemigo liberticida inescrupuloso, todo en defensa de la libertad.