Tuesday, April 15, 2014

La libertad desarmada


Por Lincoln Diaz-Balart

Desde su gestación y desde sus primeros pasos ya en el poder, el castrismo tuvo claro que su proyecto totalitario, inspirado y alimentado por sus fuentes estalinistas y mussolinianas, tenía que utilizar todas las armas para conseguir el poder y para su consolidación y permanencia. Y todas debían emplearse sin escrúpulos. Cuando para justificar sus paredones, sus robos y arbitrariedades Castro afirmaba que la revolución, es decir, su poder omnímodo, era fuente de todo derecho, también estaba advirtiendo que lo era de toda ética. En otras palabras, todo vale, todo es legítimo siempre que sirva a la tiranía. Y en pura lógica castrista, nada lo es si contraría su poder. Y, por supuesto, semejante vara de medir o “principio” castrista, es aplicable a la cultura: “dentro de la revolución todo, contra la revolución nada”.

La batalla cultural, o por el control de las mentes, es para el totalitarismo tan o más importante que cualquier otra. Estos tiranos saben que necesitan de los cañones, de los calabozos y de las fustas, saben que necesitan controlar todos los recursos económicos, pero saben que ante todo necesitan controlar las mentes, las almas de los esclavos. El objetivo mayor es que los esclavos se sientan regocijados con su condición, que aplaudan sus cadenas. Al menos que no concienticen su condición de esclavos. No por gusto Castro se hizo con el control de la educación y de la prensa casi al unísono e incluso antes que del resto de las empresas privadas. Muy pronto, desde los aciagos y confusos primeros días de 1959, las hordas “revolucionarias” se lanzaron al asalto de la Universidad, de las escuelas privadas y de la prensa, la radio, la televisión y el cine. Finalmente, amarraron corto a todo tipo de creador intelectual y artístico con el engendro de la UNEAC. Quedaba así consumado el desarme absoluto de la libertad. El desarme de la libertad al interior de Cuba, pero también dirigido al exterior, porque la tiranía albergaba ambiciones sin fronteras, sobre todo en lo que consideraba su principal esfera de influencia: América Latina. Y así, paradójicamente, utilizaría todos los recursos de la libertad para conspirar contra ella. Por eso, el financiamiento de la violencia, del terrorismo, de las guerrillas y de todo posible mecanismo de desestabilización, y por todas las vías a su alcance, sean estas abiertas o encubiertas. Los servicios de inteligencia castristas han contado desde el principio con todos los recursos y nunca les ha detenido nada. En este arsenal de medios empleados por décadas ha ocupado un lugar de privilegio el empleo de todos los medios y subterfugios para la propaganda, la influencia y el chantaje. La guerra cultural, sin duda, ha ocupado un lugar de privilegio en la estrategia totalitaria.

No es casualidad que entre las primeras acciones para la subversión y la propaganda sucia y descarada, estuvieran la creación de Prensa Latina y Radio Habana Cuba, así como el apoyo y el financiamiento de publicaciones y programas por diversos medios, para lo cual se han servido de testaferros, agentes de influencia y personajes afines en diversos países. Nunca ha faltado para estos menesteres ni dinero ni recursos. Detrás, siempre diligentes, los servicios de inteligencia, el tenebroso Departamento América del Comité Central, así como organizaciones pantalla como el Instituto de Amistad con los Pueblos, la Casa de América, las llamadas organizaciones de solidaridad, y más recientemente los programas supuestamente benéficos como las misiones educativas o médicas.

Pero el mundo continuaría su desarrollo más allá de los lindes de la cerrada y oscura finca castrista. Y surgieron internet y las llamadas redes sociales. Una verdadera explosión de libertad de difícil control. El régimen se topó con una realidad que no podía ignorar. Y entonces, como siempre, buscó el remedo y la trampa. Por un lado, impedir el libre acceso a internet, bloquear páginas indeseables y encarecer el acceso a la red. Por otro, la creación de redes alternativas perfectamente controladas. Pero por una rara inversión ética, esto, que es un escándalo en sí mismo y que debiera ser objeto permanente de denuncia por parte de responsables políticos en los países democráticos, así como por periodistas, intelectuales y personas decentes en todo el mundo, es olvidado o tratado superficialmente, mientras se muestra una exquisita sensibilidad ante cualquier intento por burlar la censura y buscar vías para que el pueblo cubano pueda ejercer su derecho a la libre información y comunicación. Así, recientemente, muchos se han rasgados las vestiduras por la existencia de programas como Zunzuneo o Piramideo, que han buscado hacer llegar la libertad de internet al pueblo cubano, y que lo lamentable realmente ha sido su limitada eficacia. Cuando la verdadera indignación debería estar dirigida a las causas que les han motivado.

Lo evidente es que la tiranía no puede soportar el más mínimo resquicio de libertad, por más piruetas y visajes que ensaye de cara a la galería. Continúa con sus felonías de siempre, dentro y fuera de Cuba, aun cuando se vea precisada a realizar variaciones tácticas. Enquistada y convertida en rutina, la canallada se ha tornado casi invisible y casi aceptable para muchos. Y hasta hay quienes quieren advertir “cambios” en lo que no son más que muecas circunstanciales y tramposas. Se produce así una especie de adormilamiento ético que conduce al acomodamiento y tranquila coexistencia con el mal. Queda entonces la libertad desarmada.

Lo que se impone es que armemos a la libertad, que la defendamos cada día. Que apoyemos a quienes luchan por ella en claras condiciones de desventaja y precariedad. No escatimemos esfuerzos ni recursos para ello. No nos dejemos intimidar ni camelar por los enemigos de la libertad. Nada de posiciones vergonzantes respecto a la defensa y promoción de la libertad. Frente al enemigo liberticida inescrupuloso, todo en defensa de la libertad. 

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