La tiranía de los Castro, como se sabe, ha alcanzado una odiosa longevidad. Es verdad que, perversas habilidades aparte, ha podido disponer -hasta ahora- de poderosos y suculentos (sobre todo suculentos) apoyos que le ha permitido malvivir. La endemoniada locura de los Castro, además, no ha escatimado esfuerzos en el intento de hacer metástasis en las naciones de América del Sur, Centro América y el Caribe. De forma inaudita ha conseguido una especie de grotesca “colonización” de Venezuela. Aprovechando, entre otras cosas, la personalidad sui generis de Hugo Chávez, un país y una sociedad en harapos se ha hecho con el control de un país que ha disfrutado de una riqueza notable por décadas gracias a sus cuantiosas riquezas petroleras, aunque hoy, después de 15 años de experimentos castro- chavista exhiba una realidad ruinosa. El castrismo, no caben dudas, no sólo se ha hecho con el control de la Venezuela chavista, con lo cual ha podido de alguna manera paliar el desastre que significó la pérdida del antiguo maná soviético que le subvencionaba, sino que ha utilizado la riqueza del país “colonizado” para la promoción del disparate totalitario por varios países de América Latina y el Caribe. De manera que lo que no lograron las guerrillas desestabilizadoras en el pasado, ha sido posible por la diabólica conjunción de la guía político-ideológica y represiva de La Habana y el delirio chavista y sus petrodólares. Bolivia, Ecuador, Nicaragua sucumbieron a los cantos de sirena de ese engendro que se ha dado en llamar “socialismo del siglo XXI”, y que no es otra cosa que un “nuevo” y tramposo camino al totalitarismo. Igualmente, a fuerza de maletines de billetes venezolanos, han coqueteado con la nueva aberración ideada y orquestada desde los cuarteles habaneros, la Argentina de los Kirchner y sus viejos resabios peronistas, mientras otros pequeños países como El Salvador y algunas repúblicas caribeñas participan de algún modo con su aquiescencia. Y, por supuesto, con el hipócrita respaldo del fariseísmo populista y ambicioso de Lula da Silva y Dilma Rousseff.
La verdad es que los últimos años nos han mostrado un panorama desolador para la libertad y la democracia en nuestra área geográfica y cultural. Parecía que, como ha señalado nuestro amigo Armando de Armas, el espíritu de la época se inclinaba hacia los anti-valores de las dictaduras “disfrazadas” o al menos hacia un cierto colectivismo autoritario. Sin embargo, recién comienzan a percibirse señales de cambio en ese espíritu de la época. La importante derrota electoral de Correa en Ecuador, las protestas de indígenas y campesinos en Bolivia y ahora el fuerte movimiento estudiantil y opositor en Venezuela, se unen al desplome de la economía en Argentina y al rotundo fracaso que se evidencia en las sociedades de estos países. Por supuesto que lo más importante es el desastre venezolano y la rebelión ciudadana que allí tiene lugar. No es exagerado afirmar que en las calles de Venezuela se juega mucho el futuro en libertad, democracia y prosperidad de América Latina. De cualquier manera, ya nada va a ser igual en el sub-continente. La locura y el horror que han significado el castrismo y sus epígonos se halla en franca bancarrota. Podrán sobrevivir algún tiempo más recurriendo a la represión pura y dura, pero el espejismo esperanzador y la ilusión que pudieron generar tiempos atrás y que fue utilizada por demagogos y delincuentes, no solo ha perdido fuelle, sino que es irrecuperable. El espíritu de la época está en transición. El castrismo está herido de muerte. Aunque, claro está, queda mucho por luchar. Cuba y Venezuela representan la clave del cambio. Luchemos pues.
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