Por: Yoaxis Marcheco Suárez
Existe por ahí un viejo refrán que
proviene de la cultura y creencia católicas que reza: «solo se acuerdan de
Santa Bárbara cuando truena»; y aunque provengo de una cultura evangélica
protestante, donde jamás mencionamos a esa Santa, no es menos cierto que hay
muchos por ahí que se acuerdan de Dios y de sus hijos, solo convenientemente,
cuando el agua les está llegando al cuello. Es la mejor manera en que quizás
pueda explicar el fenómeno castrista en Cuba con respecto a las religiones, y muy particularmente al cristianismo en sus
diversas manifestaciones.
Las primeras décadas de vida del
“proceso revolucionario” encabezado por Fidel Castro, quien supo astutamente
ubicar en planos de liderazgo muy favorables a su hermano Raúl Castro y a otros
personajes fieles a su persona, hasta conformar una verdadera dinastía; fueron negros para la religión en Cuba. Los
golpes asestados por la estirpe de los Castro fueron dirigidos sobre todo al
cristianismo el cual se encontraba afianzado y asegurado entre los cubanos por
la trayectoria histórica que había alcanzado en el momento del triunfo el
primero de enero de 1959, representado por la Iglesia Católica Apostólica y
Romana establecida desde el siglo XVI y traída a la Isla por los primeros
conquistadores y colonizadores ibéricos, que además ya en la década del 50 del
siglo XX era la religión más aceptada y
practicada por los cubanos, amén del sincretismo con las prácticas y cultos
afrocubanos; y las iglesias evangélicas protestantes, surgidas en Cuba por la
influencia de creyentes evangélicos originarios radicados en Estados Unidos
como el pastor Joaquín de Palma, según algunos el primer pastor protestante
cubano del que se tenga conocimiento, y que comenzarían a surgir y a crecer
dentro de la isla en el ocaso del siglo XIX.
Ese cristianismo representado por
católicos romanos y evangélicos protestantes que existía ya en el año 59,
poseía sus espacios de culto y sus congregaciones diseminados por todo el país,
tanto la iglesia católica, como las diversas denominaciones evangélicas, eran
propietarias genuinas de edificaciones entre las que se contemplaban templos,
seminarios, colegios y librerías. Fue en la década de los 80 del siglo XIX que
se conquistó en la Isla la promulgación de la libertad de culto, que según
Marcos Antonio Ramos en su libro Panorama
del protestantismo en Cuba, fue precisamente un clérigo protestante
nombrado Pedro Duarte quien logró tuviera carácter oficial. Desde entonces los
cristianos cubanos gozaron de libertad de credo, de culto y por ende de
asociación y reunión. Libertad que se vería amenazada por el egocentrismo del
jefe de los barbudos de la Sierra Maestra, el hombre que cambió los tonos de la
revolución de verde como las palmas, a rojo como el marxismo-leninismo en su
expresión más materialista, atea e intolerante a la religión, y a negro como el
oscurecer que llevó a Cuba a su noche más larga y amarga, tal y como dijera el
comandante Huber Matos.
Pero lo cierto es que aquella
persecución abierta y sin escrúpulos, pasó a ser solapada y encubierta. El
pastor Mario Félix Lleonart ha advertido en diversas ocasiones que para los
dictadores cubanos la religión ha representado siempre un contrario en
potencia. Es un hecho que el cristianismo bien practicado se convierte en
enemigo de las dictaduras y de los regímenes totalitarios. El apóstol Pedro dijo
así en una ocasión al Sanedrín judío: es preciso servir a Dios ante que a los
hombres. Entonces en una estrategia malévola el régimen de La Habana adoptó una
postura de aparente apertura, dejó de acusar al cristianismo de ser “el opio
del pueblo” y comenzó a usarlo como la droga perfecta para adormecerlo.
Es innegable el crecimiento de las
iglesias en Cuba, ese crecimiento es respuesta y síntoma de la necesidad
espiritual, de la sed de fe del pueblo cubano y hasta de su sufrimiento
material. Ese crecimiento es además la respuesta contundente del Dios eterno:
ningún gobierno humano limitado en su existencia (por larga que esta nos
parezca) puede contra su accionar poderoso, ninguna dictadura por dura que sea
lo podrá desterrar de la espiritualidad de los cubanos. Pero a pesar de ello
las iglesias cristianas en Cuba y sus líderes no han asumido un papel
protagónico o lo suficientemente activo en la cruzada por conquistar la
liberación espiritual y física de los habitantes de la isla, sometidos por casi
seis décadas a un sistema asfixiante que los oprime y priva del disfrute de
derechos humanos elementales. El teólogo e historiador Marco Antonio Ramos así
lo expresó: En Cuba se han alzado desde las iglesias voces críticas al régimen
de los hermanos Castro, pero estas han salido de manera dispersa de líderes,
pastores y sacerdotes tanto católicos como evangélicos, las críticas no han
tenido alcance institucional en ninguna medida. Aunque los obispos católicos de
Cuba han emitido cartas pastorales como: “El amor todo lo espera” y más
recientemente “La esperanza no defrauda”, esta última disminuyó el espíritu
crítico que acompañó a la primera, expresando las ideas cuidadosamente para no
crear asperezas considerables con los dictadores.
La iglesia cubana ha pasado a ser,
desafortunadamente, el opio en manos de los dictadores. El opio ha sido
utilizado de varias maneras: promoviendo el silencio y la apatía entre los
fieles a quienes se les enseña a mirar la política como entes pasivos _no si la
política es vista para apoyar a los “gobernantes”, cuyo favor quieren ganar a
toda costa_, aun cuando se asuma una actitud indolente ante los males que
azotan a la nación. El gran pecado que puede cometer cualquier ciudadano cubano
es correr contra la corriente oficialista, ser opositor es un estigma doloroso
en Cuba, ya no solo ante los adeptos al sistema, sino también ante los hermanos
y hermanas de muchas congregaciones. Muchos líderes cristianos sirven como
voceros de los dictadores, aseverando ante la opinión pública mundial que en la
isla la libertad religiosa es total y perfecta, otros cierran las puertas de
sus casas y templos a los opositores y han expulsado de sus membresías a
pastores que han alzado la voz profética ante la crítica situación que 55 años
de dictadura han creado para el país.
El reto de las iglesias cristianas
cubanas no solo es evangelizar, sino realizar una profunda labor discipuladora,
no solo es ganar en número de creyentes, sino devolverles la legítima condición
de ciudadanos que el régimen les ha robado, devolver los valores éticos,
morales y cívicos que han perdido y ayudarlos a conocer sus deberes y sus
derechos. Las iglesias en Cuba hoy tienen la misión divina de enseñar a los
cubanos cómo transitar la senda que conduce a la libertad personal y social en
el aquí y ahora que vivimos. Dios las ha retado a vivir sin miedo y en
libertad. ¿Asumirán los creyentes cubanos el reto divino, o seguirán siendo
opio en las manos de los tiranos? Buena pregunta para terminar.