Por: Yoaxis Marcheco Suárez
Los spots televisivos y algunas críticas
publicadas en la prensa oficial me hicieron sentir motivada a ver el filme
cubano de reciente estreno en las salas cinematográficas de la capital:
Conducta. La mejor manera de disfrutarlo, sin lugar a dudas, era asistiendo al
cine, verlo en pantalla grande e interactuando con los cientos de espectadores
sentados a mi alrededor, y digo interactuando porque Conducta es una de esas
películas que arrebatan suspiros, risas y exclamaciones de aprobación y
complicidad. Así lo hice, como rememorando años pasados de festival de cine
habanero, mi esposo y yo fuimos al céntrico cine Yara y tras hacer una larga
cola entramos y vivimos la experiencia de disfrutar de un filme inolvidable que
segura estoy veré muchas veces más.
No voy a entrar en los detalles técnicos, de
los cuales confieso no soy experta conocedora, eso lo dejaré para los críticos,
voy a hablar de las sensaciones que despierta la película en los espectadores
comunes y corrientes como yo. La primera gran impresión fue ver La Habana como
en un espejo, sin maquillajes, ni parches, ni coloretes. La Habana con todas sus arterias rotas y sus
enormes grietas. La Habana que parece se caerá de un momento a otro sin remedios.
Esa Habana sucia, opaca y oscura es en parte la gran protagonista de esta
historia, o quizás la que espera que sus habitantes reaccionen de manera tal
que adopten una “conducta” positiva y activa encaminada a cambiarla, a
salvarla. Esa Habana que grita, pero que lucha por mantener en alto su cabeza
de gran señora que otrora fue. Las excelentes tomas cinematográficas de la
película nos muestran a La Habana real, pero con el respeto y el cariño con que
la ve Ernesto Darana su realizador, el mismo con el que la miramos quienes la amamos. Esa Habana de la
que todos los cubanos somos responsables.
Inmerso en el paisaje urbanístico habanero se
nos muestra el drama de los seres humanos. Una sociedad que se oscurece más cada
día con los desvalores y la marginalidad. La vida que se torna en cruenta lucha
cotidiana por la supervivencia. Todo a través de un niño, Chala, quien
prácticamente solo debe enfrentar las situaciones adversas en las que la vida
lo ha involucrado: una madre
adicta, la ausencia de un padre y un cúmulo de escaseces
materiales y espirituales que tornan miserable la existencia. Lo percibimos
todo a través de la excelente actuación del jovencito Armando Valdés. La
suspicacia compite con la inocencia, y la chabacanería se disputa con los
buenos sentimientos en la mirada y en las frases del Chala. Un niño lleno de
sufrimientos y rodeado de una realidad hostil. Pero Chala puede salvarse.
Carmela es la maestra que encarna la
valiosísima actriz Alina Rodríguez. Una actuación impecable. La química entre
Chala y Carmela es casi perfecta, y no digo perfecta para no lucir exagerada.
Una relación tan humana y a la vez encaminada a hacernos reflexionar, con toda
la seriedad que lo amerita, sobre la educación y la enseñanza, en un país donde
ambas sufren una crisis profunda, aún cuando quienes lo “dirigen” quieran tapar
el sol con un dedo y engañen a muchos, incluidas organizaciones internacionales
prestigiosas como la UNICEF. En la película vemos a una maestra empoderada y
llena de determinaciones, alguien que rompe con los absurdos mecanismos
burocráticos y políticos impuestos en el país para llevar una enseñanza sana a
sus alumnos y detenerse a educarlos, a encaminarlos para que transiten seguros
hacia el futuro, en una noble lucha por salvarlos. Carmela se involucra en la
vida de sus niños, se adueña del aula, segura de sí misma trasmite los valores
necesarios. ¿Qué es la patria? Jamás se mencionan a los “inmaculados” gobernantes,
o a la revolución vitalicia, o a los cinco espías, sobrenombrados héroes. Los
dogmas políticos están fuera del guión. La patria somos todos, es José Martí y
nuestros próceres, la patria es también una estampita de la virgen que una de
las alumnas coloca en el mural del aula. La patria sale de la boca de los niños
espontáneamente y la hábil educadora los dirige y los ayuda a conformar un
concepto correcto.
La maestra por su parte tiene su propio drama,
el drama de muchos cubanos y cubanas. Su hija y nieto emigran al exterior y la
dejan sola y enferma, pero Carmela es la maestra ideal, con una experiencia de
50 años, su vida personal ocupa planos secundarios ante su mayor reto que es el de seguir haciendo lo
correcto enfrentando a un sistema
absurdo. Chala no es el único con situación problemática en el aula, uno de los
mejores amigos del niño tiene a su padre preso; la niña que despierta en Chala pasiones
amorosas es una emigrante oriental en La Habana que debe sortear cada día junto a su padre a la policía para no ser deportados a su
provincia. Pero bien dice Carmela que en tantos años de magisterio ella ha
tenido que enfrentar grandes luchas y siempre ha sacado a sus alumnos adelante:
desde el hijo de un opositor político preso hasta el mismo Chala, el niño al
que ella librará por todos los medios sea enviado a una escuela de conducta, de
donde más que enmendado saldrá aún más marcado.
Conducta es un filme que confronta a los
cubanos con su conciencia social. Los lleva a ver la realidad sin escondrijos y
la urgente transformación y cambio que necesita la Isla desde todos los puntos
de vista, el más importante, en mi criterio personal, el cambio político del
cual se desprenderían todos los demás. Nos muestra un país que sucumbe en la
tristeza, pero que no necesariamente está perdido, cabe la esperanza de recuperarlo
con personas plantadas en la verdad, la honestidad y las buenas costumbres,
como Carmela, dispuestas a arriesgar su bienestar personal en la lucha por
salvar la luz de los que mañana serán quienes lleven la patria, tomen las
decisiones, encaminen a nuestra gente. Carmela y Chala, no son pasado y
presente, son lo más genuino de lo que deberíamos ser todos los cubanos, la
experiencia dispuesta para mejorar lo que no funciona y la vida dañada
dispuesta a enmendarse, a seguir adelante, a cambiar todo lo que
“verdaderamente deba ser cambiado”.
Salí del Yara agradecida, Conducta es un filme
extraordinario, amén de lo que digan los críticos de arte. Nadie va a empañar
el mayor milagro. Que los cubanos reflexionen y logren entender cuán
protagonistas somos del necesario cambio.