Por Orlando Fondevila
En mis largas conversaciones con Rafael Díaz Balart pude constatar esencialmente dos cosas: su profundo amor a Cuba y su delicada religiosidad. Rafael decía, justamente, que había recibido una ecuménica educación religiosa. Cursó estudios en el colegio cuáquero del poblado de El Cristo, cercano a Santiago de Cuba. También en el colegio católico de La Salle y, finalmente en el famoso y excepcional Colegio Presbiteriano de Cárdenas. Si a todo lo anterior le añadimos sus estudios pastorales en el “Theological Seminary” de la Universidad de Princeton e incluso su breve incursión por la prédica en New York, quedará evidenciada tanto su cultura como su vocación y sentimientos religiosos. De tal manera, me decía Rafael, que durante un tiempo dudó si su verdadera vocación era la del servicio religioso o la del servicio público. Finalmente, como sabemos, se decidió por el servicio público, es decir, la política. En esa decisión influyó en gran medida su decepción con el comportamiento de las estructuras jerárquicas de las Iglesias, que conoció y sufrió. Desencanto, debe aclararse, eclesial, nunca religioso. Esas experiencias frustrantes llevarían a Rafael a la misma posición de su (nuestro) admirado José Martí, quien afirmara que él era cristiano, natural y simplemente cristiano.
Por otra parte, lo cierto es que –relataba Rafael- las relaciones de la Iglesia Católica con los intereses del pueblo cubano habían sido y son sumamente complejas. Con luces y sombras. Con más sombras que luces. Durante las luchas por la independencia, la jerarquía de la Iglesia, mayoritariamente española, estuvo siempre del lado de la Metrópoli, con conocidas e ilustres excepciones. Rafael contaba, entre la ira y el dolor, el caso de un pariente suyo que fue a dar con sus huesos a la cárcel colonial de Ceuta, denunciado por un sacerdote que violó el sagrado secreto de confesión. No se trata de una anécdota. La Iglesia siempre estuvo al lado del poder colonial. También después. Siempre al lado del poder.
En los últimos 53 años de tiranía, la historia de la Iglesia Católica cubana es más bien triste. La misma Iglesia que ha sido perseguida y humillada por la tiranía, en esta ya demasiado larga etapa de horror, o se ha callado, o se ha sometido, o se ha confabulado con el poder. Salvo breves destellos de decoro, como cuando produjo el documento “El amor todo lo espera”, o la firmeza aislada del Padre Meurice o de Monseñor Siro, entre pocos otros ejemplos, la conducta de la Iglesia ha sido dar la espalda a los sufrimientos y penalidades de su rebaño. Una historia de ignominia que ha tomado dimensiones de traición en el caso del Cardenal Ortega.
Triste historia, sobre todo si tenemos en cuenta que no ha sido correspondido el amor que el catolicismo ha recibido del pueblo cubano. Los patriotas independentistas peleaban invocando a la Caridad del Cobre, su virgen mambisa. Los patriotas contra la tiranía de los Castro han caído en los pelotones de fusilamiento gritando “Viva Cristo Rey”. Los exiliados cubanos han llevado consigo a su amada Virgen y a su religión. Pero la Iglesia ha sido pusilánime, cuando menos.
En los últimos tiempos, la Iglesia ha ido más allá del silencio o el sometimiento. Se ha entregado a la colaboración. El Cardenal Jefe de la Iglesia Cubana ha estado y está actuando como un funcionario del régimen, como un mandado. El Cardenal se ha convertido en el emisario especial de la tiranía para misiones especiales, que podrían recibir el calificativo diplomático de discretas y, en ciertos casos, de secretas. En términos éticos no dudamos en llamarlas innobles e impropias de la dignidad que se supone el Cardenal representa. En Washington y en Madrid se le reconoce como una especie de Ministro de Exteriores alternativo del régimen. Sus imploraciones en pro de eliminar todo tipo de presiones a la tiranía han sido más fervorosas que sus escasas homilías.
Por supuesto que los dignatarios de la Iglesia y algunos crédulos (y no tan crédulos) quieren que veamos un trasfondo más piadoso en la conducta del Cardenal y de la jerarquía de la Iglesia. Según estas alambicadas teorías, lo que estaría buscando la Iglesia es el crecimiento espiritual de los cubanos, en aras de alcanzar una hermosa reconciliación que sería la clave para construir un futuro de felicidad. En esta dirección se enmarcaría la visita del Papa a la Isla. Pero se les ve el plumero. Por ejemplo, el corresponsal internacional de “National Catholic Register”, Victor Gaetán, escribe:“Cuando el Papa Benedicto XVI visite a Cuba el próximo mes, será para reforzar una vez más la estrategia del Vaticano que le ha permitido a la Iglesia Católica local ejercer allí por más de tres décadas: evitar diligentemente cualquier confrontación política con el régimen de Castro, colaborar con La Habana en la lucha contra el embargo de Estados Unidos y apoyar las crecientes reformas económicas del gobierno cubano”. Queda claro, la política de la Iglesia se resume en evitar confrontaciones con el régimen, en luchar contra el embargo y en apoyar, ¡válgame Dios!, las crecientes reformas del gobierno cubano. Y esta no es la mera opinión de un corresponsal extranjero, autorizado analista católico. No, si examinamos con detenimiento las publicaciones oficiales de la Iglesia cubana, así como recientes eventos por ella organizados, no tendremos espacios para la duda. Véase al respecto el último Encuentro Eclesial Cubano, quiénes fueron sus invitados (Carlos Saladrigas, López –Callejas, alias López –Levy, Mesa Lago, Jorge Domínguez, etc.), y las conclusiones y recomendaciones a que arribaron.
También nos encontramos a quienes, un tanto distanciados y cándidos, insisten en que la misión de la Iglesia no es política y no puede entonces exigírsele posicionamientos políticos. Y que la libertad de Cuba debe conseguirla el pueblo cubano por sí mismo, sin injerencias externas. Muy bonito, con música de Ñico Saquito. Como si todo lo que ha estado haciendo la Iglesia cubana y su Cardenal no tuviera una clara connotación política. Connotación política inmoral. Lo que quieren realmente es inocularnos la idea de que Cuba, con su viejo y ahora relamido régimen, es un país normal. Por eso defienden que no haya sanciones, que haya visiteo y “negocietes” Se sienten felices con que Cuba sea no sólo objeto de la devoción y del obligado peregrinaje de la izquierda irredenta, o de la pedestre y escabrosa curiosidad de algunos, sino también de complicidades inauditas y de aquiescencias ilusas o interesadas. Y todos, absolutamente todos, enternecidos con el futuro de reconciliación, de paz y prosperidad del noble pueblo cubano. El mensaje de todo este trajín del Cardenal Ortega, de todo este protagonismo obsceno buscado por la Iglesia cubana, de esta pretendida “interlocución” no pedida ni legítima, de estas muy publicitarias visitas papales para el abrazo a los tiranos y de distanciamiento cierto del sufrimiento del rebaño, el mensaje, digo, es precisamente opiáceo para la rebeldía del pueblo, única manera de conseguir la libertad.
Confiamos en que no tengan éxito. Confiamos en nuestra lucha y en el favor de Dios. Confiamos en que, finalmente, seamos libres y cristianos, natural y simplemente cristianos, como nuestro José Martí.
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