Saturday, January 14, 2012

LA ROSA BLANCA: UN PROGRAMA DE Y PARA CUBA



Por Orlando Fondevila


La tiranía implantada por los hermanos Castro y su banda va entrando en sus cincuenta y cuatro años. Todo un record de ignominia. Se insiste en que el terror y la represión han sido y son los principales pilares de tan dilatado espanto. Por supuesto que estas son armas indispensables de todos los totalitarismos que en el mundo han sido. Pero no las únicas y, en ocasiones, no las principales. La propaganda, la creación de una “cultura” y una cosmovisión  ideológica perversas desempeñan un rol especial en todo el entramado totalitario. Hasta el punto que consigue, incluso, marcar en cierto sentido las ideas de algunos opositores del horror. Estoy hablando de verdaderos opositores y no de esa fauna bastante abundante que afirma ser “crítica” del régimen, pero que lo hace, dice, desde la “izquierda”, pretendiendo así conceder cierta credibilidad a los supuestos “cambios” que estaría impulsando el raulismo. La verdad es que, tanto los unos como los otros, tanto los verdaderos opositores que llevan consigo resabios del discurso de lo “políticamente correcto”, de esos rehenes de la “cultura” de izquierda, como los otros que le bailan el agua al régimen, contribuyen de alguna manera a dispensarle  un marchamo de legitimidad histórica a la tiranía.

Hay que decir que esta invocación izquierdista se asienta en un pernicioso sofisma que viene a identificar al castrismo como un paradigma de la izquierda, lo que vendría a dulcificar su verdadera faz totalitaria. Ha sido este, precisamente, el ardid que ha permitido a muy amplios sectores de la zurda política y mediática en todo en el mundo a sostener la mayor parte de las veces unas posiciones de abierta complicidad con la tiranía, o a una suave condescendencia con sus crímenes. Contrariamente, quienes se oponen firmemente a la perversidad absoluta que representa el castrismo, son frecuentemente descalificados como derechistas o ultraderechistas. De la misma manera que se rechaza a quien no comparta la cosmovisión devastadora de la historia de Cuba propalada y acuñada por el castrismo.

Casi todos los que se acercan a la historia cubana, incluyendo a muchos de sus opositores, dan por cierta la versión castrista de que la tiranía implantada desde el mismo enero de 1959 tenía cierta legitimidad de origen, toda vez que venía de derrocar una “feroz dictadura” de derecha pro-imperialista y a desmantelar la pseudo-república pre-existente, caracterizada por la miseria, la prostitución y el pernicioso sometimiento a los Estados Unidos. El régimen ha sido muy eficaz en propagar la concepción adanista de que él nace para enfrentar lo que ha calificado de República basura, con el fin de instaurar por vez primera la soberanía de la nación y erradicar toda la maldad acumulada durante siglos.

Aceptadas estas premisas y acatado el sofisma de que la “revolución cubana” es el paradigma de la izquierda y de que sus oponentes más firmes son los representantes de la ultraderecha radical y reaccionaria, se facilita el camino para dulcificar el horror totalitario, banalizándolo como meros excesos. Excesos que, entonces, podrían ser corregidos con las supuestas “reformas” del raulismo o, tal vez, con las que suponen están en las intenciones de una presunta legión de reformistas agazapados en las estructuras de poder de la tiranía.

La trampa intrínseca en estas teorías lleva de la mano a una dispersión en las ideas y en los métodos de enfrentamiento a la tiranía, e incluso a cierta hostilidad entre sus oponentes. A veces, en virtud de esta trampa, nos dedicamos a darnos pellizquitos unos a otros, para beneplácito y en beneficio de la tiranía.

Yo tuve el privilegio de sostener miles de horas de conversación con Rafael Díaz –Balart, siempre centradas en Cuba, porque justamente él se autodefinía como “cubano-céntrico”. Pude conocer así, y aprender y comprender y compartir todas sus ideas sobre Cuba, su historia, su presente y su futuro. Ideas contenidas brillantemente en el programa de La Rosa Blanca. Recuerdo ahora tres ideas troncales. La primera, Rafael creía en lo que él llamaba “la raza cubana”, que era su manera de oponerse al racismo y de emparentar con el “Hombre es más que blanco, más que mulato, más que negro, de José Martí. La segunda, la de no enfrentar a los hombres en clases, estableciendo así prerrogativas de unos sobre otros”. Por cierto, también un concepto martiano. Y la tercera, que es de la que estamos ocupándonos en este artículo, la de la falacia de la dicotomía izquierda –derecha. Rafael creía, y así también nos lo encontramos en el programa de La Rosa Blanca, que esa dualidad –expresada en términos de cerrada hostilidad- era una especie de trampa saducea que nos venía de Europa y que debíamos trascender.

Por lo tanto, no se trata, en la política cubana actual, de “izquierda” o de “derecha”, sino de oponerse de manera firme y radical a la tiranía, o, por el contrario, andarse por las ramas, las suavidades y las medias tintas. Y se trata, sobre todo, de tener unas ideas y un programa claro para el cambio del que está urgida la sociedad cubana. Cambio que significa, en primer lugar, libertad plena. Libertades individuales y soberanía del individuo, sin las cuales no son posibles las libertades y la soberanía de la nación. Y en segundo y tercer lugar (como una consecuencia derivada del primero) el trabajo por una sociedad próspera en un Estado de Derecho en el que prime la justicia. Esas ideas y ese programa no es de “izquierda” ni de “derecha”. Es el programa de la liberación y del cambio genuino en Cuba, el Programa de La Rosa Blanca. Puede y debe ser compartido por todos los cubanos, al margen de diferencias menores. La Rosa Blanca, como advierte en su programa, no hace proselitismo ni pretense erguirse por encima de las organizaciones del exilio y de la oposición interna que, estamos seguros, comparten estos principios. Pero sí creemos que este es el Programa de y para Cuba en la situación de hoy Abierto a la discusión y al enriquecimiento de todos los cubanos que quieren y sueñan y pelean por una Cuba mejor. 



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