Por César Menéndez Pryce
El tema del
embargo de EE.UU. a Cuba y la promoción del acercamiento de las posturas entre
los gobiernos norteamericano y cubano suscita gran interés en algunos círculos políticos y empresariales
donde, sin embargo, soslayan la intransigencia de Castro a sentarse a conversar
con los disidentes de la isla para
tratar los temas nacionales.
Aquellos que
abogan por el levantamiento del embargo, como primer paso para la normalización
de la situación cubana, deberían reflexionar
si realmente éste debe ser el orden conveniente para las aspiraciones
democráticas de la nación.
Esa errónea
creencia, que cuando irrumpa el capital y la influencia norteamericana se produciría
una apertura que nos llevaría al desarrollo
y la libertad plena, mueve a muchas
personas de buena fe a pedir el levantamiento del embargo. Pero quienes así piensan olvidan algo muy
importante, la naturaleza del sistema
totalitario.
El régimen
cubano ha creado grandes falacias alrededor del embargo. La primera es que esta
sanción es contra el pueblo cubano,
cuando lo único que persigue el embargo es que el poder absoluto de los Castro
tenga en cuenta los criterios de los cubanos a través de los mecanismos
democráticos. La otra falacia es que el embargo pretende poner de rodillas y
rendir a los cubanos por hambre, cuando todo el mundo sabe que más del ochenta
por ciento de los alimentos de Cuba son comprados en EE.UU. La otra contradictoria falacia es que el embargo no
funciona que es ineficiente, entonces, ¿por qué desean que lo levanten?¿Por qué
le echan la culpa de todos los desmanes que ocurren en la isla?
El embargo es
una medida política que busca la democratización de la isla. Estados Unidos se
afecta económicamente con el sostenimiento del embargo, pero hay cosas como la
libertad y la dignidad de las personas que no se pueden cuantificar en
ganancias o pérdidas económicas.
Una muestra
clara de la naturaleza el régimen es la “renovada”
ley de inversión extranjera utilizada como señuelo para exacerbar los peores
instintos de los empresarios inescrupulosos del mundo a quienes engatusa con la
garantía de mano de obra semiesclava, no sindicalizada, carente de derechos,
dócil y siempre reemplazable. Algo atractivo para algunos empresarios del sur de la Florida que ya babean al observar
tan cerca el pastelito castrista y piden
el fin de la medida. ¿Pero acaso está en manos de estos señores avariciosos el bienestar del pueblo cubano, o se
confabulan con los Castro para extraer lucro del sufrimiento de la nación?
El congresista
cubanoamericano Mario Díaz Balart (R-FL) en recientes declaraciones señaló, “
la sanciones se terminarán automáticamente en cuanto se libere a los presos
políticos; se legalice la prensa, los partidos políticos y los sindicatos
independientes; y se programen elecciones libres y justas”. Todos y cada uno de estos puntos son
beneficiosos para los cubanos y deseables por cualquier nación libre del mundo.
Por tanto, el
levantamiento del embargo ahora sería un
freno a las medidas “aperturistas” realizadas por Raúl Castro. Teniendo en cuenta que la delicada situación
actual ha sido la causa de que, después
de cincuenta años de restricciones y privaciones, los cubanos puedan entrar a los hoteles sin
ser discriminados, adquieran el derecho a viajar al exterior sin perder sus
viviendas, puedan vender y comprar sus casas de forma legal, puedan practicar
ciertos negocios sin ser vistos como enemigos el pueblo, puedan soñar con
comprar un auto de uso, auque el gobierno los venda a precio de “Ferrari”. Por
primera, vez los campesinos han tenido la libertad de explotar sus tierras y
vender libremente sus mercancías e incluso han podido comprar, de forma legal,
sus instrumentos de labranza. Estamos hablando de que, gracias a que el régimen
ha visto peligrar su permanencia en el poder, ha tenido que, a regañadientes,
abrir las manos para otorgarle al pueblo algunas medias
libertades.
¿Por qué nos
tenemos que conformar con unas migajas que no entrañan la libertad plena del
hombre? ¿ Por qué aspirar a vivir supeditados a la voluntad de un régimen cuyo
sistema policial, despótico y paranoico, es diseñado únicamente para garantizar
el poder a Castro? ¿Por que negarnos a hallar entre los once millones de
cubanos, la forma de organizar una
sociedad más humana acorde a los tiempos actuales en libertad y democracia?
¿Por qué anteponer el levantamiento del embargo a la democratización de la
isla? ¿Por qué desear el fin de la única presión externa que llama a tener en
cuenta la voluntad de los cubanos?
En época del
paraguas soviético, cuando estábamos “protegidos” por una super potencia militar
y económica que nos regalaba un barco de petróleo diario y nos compraba a
precio privilegiado toda el azúcar que producíamos, el régimen se mostraba tal
y como es: todo estaba prohibido y cualquier desliz político podía acarrear una
condena de 30 años de cárcel. Entonces,
no se podía creer en Dios, ser
homosexual era castigado con cárcel , conversar por teléfonos con tus familiares
fuera de Cuba era causa de represalias. La experiencia nos dice que en condiciones de solidez económica el régimen no
cedería ni un centímetro de libertad y volvería a su versión de Terror de Estado
aniquilando todo los visos de apertura. Es sabido que cada vez que Castro entra en crisis se
producen las llamadas reformas
aperturistas. Una fórmula nada nueva ni
original, lo hizo ya Lenin en la URSS en
1922 con la llamada Nueva Política Económica, “el obligado paso atrás”
destinado la revitalización económica
y romper el aislamiento de Rusia, y en 1956 Nikita Jrushchov con la Desestalinización, y en 1980 Fidel Castro cuando el éxodo del Mariel,
por tanto, el resultado final ya lo conocemos.
La única
garantía que tiene el país de construir una sociedad justa, democrática y
moderna es instrumentar un proceso aperturista donde participen todos los
agentes sociales cubanos. Parafraseando al Papa Juan Pablo II, que Cuba se abra a los cubanos para que el
mundo se abra a Cuba. O lo que dijo Pablo Iglesias, el portavoz del partido
español “Podemos”, al nuevo rey español Felipe VI, eso mismo se puede decir por
acá a Raúl Castro, “si usted quiere ser jefe de estado, postúlese”. Con la única diferencia que en España el rey
sólo reina y en Cuba el jefe de estado, gobierna.
Existen dentro del país organizaciones
ilegales disidentes abogando por el entendimiento entre los cubanos, hay en la
isla muchas de personas cargadas de sueños que no se atreven
a expresar sus ideas por miedo a las represalias del régimen. Sin embargo, el régimen los
menosprecia y los encasilla en el rol de ciudadanos de segunda.
Cuba no puede
seguir a merced de las concesiones arrancadas por la presión internacional y
las calamidades nacionales. Cuba no puede seguir persistiendo de los cubanos. Nuestra nación necesita un marco legal donde las
voces alternativas puedan expresar sus ideas sobre la futura sociedad sin que
esto constituya un acto temerario. Para ello tendríamos que cambiar el modelo
unipartidista por uno donde todos los
intereses del pueblo –representados en partidos y diferentes organizaciones
sociales- se puedan poner de manifiesto.
Habría que cambiar la actual constitución -hecha a la medida de la élite castrista- por una que represente y proteja las
aspiraciones de todo el pueblo, que contemple la alternancia de gobierno, la separación
de poderes y el respeto a los derechos fundamentales del hombre, a la que todos
los cubanos estemos supeditados y establezca de forma clara nuestros derechos y
obligaciones en una sociedad en libertad.
Martí expresó
brillantemente: “…al igual que el hueso al cuerpo humano y el eje a una rueda y
el canto a un pájaro y el aire al ala, así es la libertad la esencia de la
vida. Cualquier cosa que se haga sin ella es imperfecta…” La sociedad cubana se
merece la perfección de vivir en libertad. No debemos aspirar a menos.