Friday, April 30, 2021

No se dejen engañar: el cambio de nombre en el poder en Cuba, no cambia nada.


 Por: Rosa María Payá


Los titulares sobre el “cambio de liderazgo en Cuba” supuestamente acontecido durante el VIII Congreso del Partido Comunista, dieron la vuelta al mundo este fin de semana. Sin embargo y sin sorpresas, la mayoría omitió que el supuesto cambio es un fraude. Los cubanos lo sabemos muy bien, por eso el teatro fue especialmente diseñado para el consumo externo.


El fraude comienza por el lenguaje:


No es un partido. El Partido Comunista de Cuba (PCC), no es una organización conformada para competir en elecciones y ejercer el poder como intermediario entre el estado y la sociedad, tal y como se entiende cualquier partido político en el mundo.  De hecho, el PCC nunca se ha arriesgado a competir con otros en elecciones, sino que ilegalizó a todos los partidos políticos e impuso una constitución que coloca al PCC por encima de la sociedad y del estado por siempre.  Según ellos, más o menos el 10% de la población cubana milita en el partido o en las juventudes comunistas, pero sus bases no tienen voz real en la designación de su liderazgo. La dirección del PCC ni siquiera se parece al difunto politburó soviético que tenía miembros de alguna manera elegidos para dirigir, sino que es una estructura creada para servir según la voluntad de los entonces hermanos Castro.


No es un presidente. Miguel Díaz Canel no fue elegido por el pueblo cubano entre otros candidatos para ejercer el poder ejecutivo. Por el contrario, fue designado por Raúl Castro para ser la cara no Castro del régimen, sin poder real para “tomar decisiones importantes”.


No es un congreso. El 8º Congreso del PCC, tampoco es un congreso en el sentido de que sus miembros se reúnan para elegir por votación a sus representantes, así como para consensuar determinada plataforma de acción para cierto período. No, en esta reunión hasta las más mínimas decisiones estaban previamente determinadas. Los asistentes, como también ocurre con los miembros de la Asamblea Nacional, sólo están ahí para aceptar unánimemente lo que se les ordene. La ciudanía cubana como tal está absolutamente excluida del proceso de toma de decisiones, de quienes, de manera inconsulta, se autodenominaron como la fuerza rectora superior de la sociedad.


No es un cambio. Al menos no en el liderazgo de la estructura de poder factual. Lo único que cambió fue el rótulo del nombre del secretario general. El país permanece en manos de la familia Castro y un reducidísimo número de jefes militares. La maquinaria se desplaza cada vez más hacia la segunda generación Castro, incluidos el ex yerno y el hijo de Raúl, Luis A. López Callejas, el coronel Alejandro Castro Espín, a la cabeza del conglomerado empresarial-militar y del aparato de inteligencia cubano. Empeñados en esconderse detrás del rostro civil colocado solo nominalmente al frente del estado militar y dinástico que aún es Cuba.


A pesar de que los jerarcas cubanos lo nombraron “el congreso de la continuidad”, la propaganda alrededor del supuesto cambio de líder ha sido insultante para la inteligencia de los cubanos. La manipulación es tan descomunal que algunos afuera hasta se aventuran a especular que Díaz-Canel podría ser el Gorbachov cubano. Esta tesis es terriblemente ingenua, incluso más torpe de lo que fue pensar que Maduro podría ser el reformista después de Chaves. Sobre todo, a la luz de los hechos de los últimos años en que se ha intensificado la represión política y se han impuesto nuevas leyes que penalizan la libertad de expresión, creación y emprendimiento. Por ejemplo, el Decreto 370 sobre telecomunicaciones en 2019, penaliza las publicaciones en las redes sociales que denuncian las injusticias del régimen; o la constitución, impuesta unos meses antes, que establece “el derecho a combatir por todos los medios incluyendo la lucha armada (…) contra cualquiera que intente” cambiar el sistema político de partido único comunista. Todo, ocurrido durante la supuesta presidencia de Díaz-Canel.


Sin embargo, pocas veces la dictadura castrista estuvo tan vulnerable como hoy. Por un lado, las décadas de fallida administración económica han desembocado en una profunda crisis humanitaria, agravada por la pandemia y la pérdida de ingresos turísticos que ha sumido al país en el desabastecimiento y la desesperación. Sin apenas petróleo fluyendo de Venezuela, el régimen ha implementado un cambio monetario para quedarse con todos los dólares que entran a la Isla convirtiendo en un calvario la subsistencia de la mayoría de las familias. Por otro lado, el ciudadano común sabe que ningún cambio positivo para su vida saldrá del PCC y la cúpula del poder. "Solo el pueblo, salva al pueblo". Sólo en el pasado mes de marzo se registraron casi dos centenares de protestas en las calles de Cuba y han continuado durante todo abril. La noche antes del congreso, miles de cubanos encendieron velas, celulares y linternas para manifestarse en contra. La protesta “Luz de Alarma”, impulsada por la iniciativa Cuba Decide y extendida por todo el país, iluminó casas y barrios para reclamar que los jefes del PCC no pueden decidir por el pueblo el futuro de la nación, porque Cuba es de todos los cubanos.


Ciertamente la dictadura se encuentra muy débil, pero no dará paso espontáneamente a una transición democrática. Debe ser empujada. Como ha demostrado la historia reciente, los ciudadanos no pueden enfrentarse solos a un grupo criminal que ostenta el poder totalitario, es necesario el apoyo de la comunidad internacional. El cambio real en Cuba solo comenzará cuando se garanticen los derechos humanos fundamentales y los ciudadanos tengan la posibilidad real de participar, cuando el régimen cubano se someta a la voluntad soberana del pueblo. Ese es cambio de sistema que estamos reclamando y sintetiza la demanda fundamental de las protestas de todos estos meses.


Con Fidel muerto y Raúl en retirada, él y sus herederos detrás de toda la mascarada del congreso del PCC se afanan en reorganizar las tumbonas del Titanic para intentar concesiones económicas de Washington y aumentar las que ya les llegan desde Europa y Naciones Unidas. Estados Unidos debe tener cuidado de no reducir la presión sobre el régimen cubano justo en el momento en que podría tener consecuencias. La actual administración estadounidense, la Unión Europea y todo el mundo libre tienen ahora la oportunidad de ponerse del lado del pueblo cubano y tomar acción para apoyar nuestro legítimo derecho decidir nuestro futuro.