Por Dr Darsi Ferret
Miami, Florida. 3 de julio de 2016.
La doctrina Obama, consistente en la estrategia del apaciguamiento y la no injerencia en relación al trato hacia los enemigos, sigue aportando una lamentable cosecha de desastres. Ignorar o no asumir las responsabilidades globales, apelando a la apuesta diplomática del llamado multilateralismo y al discurso antibélico, exacerba la capacidad desafiante de los gobiernos y organizaciones no democráticas que pretenden imponerse o expandir su poder.
El voto de los ingleses durante el reciente referéndum que ganó la opción de dejar la Unión Europea (Brexit), es uno de los últimos capítulos en la cadena de retrocesos globales a consecuencia de la pésima política exterior de las naciones de Occidente, y en particular de la actual administración de la Casa Blanca.
La salida de Reino Unido de la agrupación europea se sustentó en la motivación económica. Los líderes del “leave” manejaron habilidosamente la frustración que genera en amplios sectores de la sociedad inglesa el escaso crecimiento económico de los últimos años, y el progresivo incremento de las diferencias sociales.
Dos elementos resultaron determinantes para sustentar esa motivación económica; el rancio argumento nacionalista de recuperar las fronteras y, por ende, la soberanía nacional, así como el rechazo a la creciente inmigración extranjera.
Europa está bajo el asedio de la crisis política y humanitaria desencadenada por el arribo a sus países de más de cuatro millones de refugiados árabes. Ese volumen de migrantes huye de los conflictos bélicos que tienen lugar en las naciones del Medio Oriente y el Norte de África. La presencia y expansión de grupos radicales islámicos, como ISIS, Al Qaeda, Taliban, Al Shabab y Boko Haram, diseminan el terror y la inestabilidad en la convulsa región.
Frente a la amenaza terrorista la Unión Europea reaccionó enterrando la cabeza como el avestruz. Siguieron la lógica de que no era su problema, que les quedaba lejos. Y esto fue cierto hasta que la caótica estampida les tomó como destino, colándose millones de refugiados por cuanta hendidura encuentran a su paso en el territorio europeo.
El otro problema sobreañadido es que la perpetración del terror se ha extendido a través de yihadistas dispuestos a tomar rehenes, disparar a mansalva e inmolarse explotando sus cinturones con bombas en cafeterías, teatros, estadios o aeropuertos europeos, como lo demuestran los incidentes ocurridos en Francia y Bélgica hace unos meses.
Para Barack Obama fue más fácil aún, sus acciones se concentraron desde el principio en distanciarse del legado de su antecesor, George Bush. El actual presidente, desoyendo la opinión de los expertos militares, opto por avanzar de prisa en la retirada de las tropas estadounidenses establecidas en Irak y Afganistán. Más allá de un puñado de asesores y cuerpos elites, tampoco aprueba la participación terrestre de efectivos norteamericanos en la vigente guerra contra el terrorismo.
En el caso de Libia, tras la caída del dictador Muanmar el Gadafi, el Comandante en Jefe estadounidense se abstuvo de posicionar tropas en el terreno que garantizaran la estabilidad en el nuevo escenario nacional. Como resultado del vacío de poder, los cabecillas de los grupos vencedores terminaron enfrentados militarmente y convirtieron el país en un Estado fallido, que es fuente de inestabilidad y refugio de agrupaciones terroristas que pretenden aprovechar la cercanía geográfica con Europa.
Siria constituye el bochorno de Occidente. A pesar del perturbador recuerdo de las masacres en la antigua Yugoslavia y Ruanda, las naciones europeas y EEUU se desentendieron de acabar con el genocidio protagonizado por Bashar al Assad y su régimen. Se paralizaron ante la oposición de China y, sobre todo, de Rusia, que impidieron con el derecho a veto la adopción de sanciones en el Consejo de Seguridad de la ONU, y con ello la imposición de un área de exclusión aérea para frenar los ataques perpetrados por la aviación y la artillería del ejército sirio.
Hoy Siria continúa en guerra. La nación se mueve sin retorno hacia la desintegración. Y el territorio del país está dividido entre el dominio de diversas agrupaciones terroristas y en menor medida de lo queda del régimen de Bashar al Assad. La población civil es diezmada por los crímenes de todos los bandos beligerantes y no tiene otra alternativa que padecer los horrores del conflicto e intentar escapar buscando refugio en otros países.
Lo que comenzó en Túnez en el 2010 como el despertar de los pueblos enfrentados a los regímenes autoritarios y luego se extendió por el Medio Oriente, y fue bautizado por Occidente como “Primavera Árabe”, terminó convirtiéndose en una pesadilla de enormes consecuencias. El terrorismo islámico se aprovechó de la apatía e irresponsabilidad de los gobiernos occidentales y la guerra, de inicio popular, derivó a una conflagración étnica, religiosa y hegemónica que arrastra amplios bloques de naciones e inmiscuye en su factura a EEUU y Europa.
Hoy, ya los ingleses decidieron abandonar la Unión Europea. El Bloque comunitario lidia con la amenaza de contagio de que otras naciones sigan el ejemplo lideradas por gobiernos populistas parapetados tras el nacionalismo y terminen desgajándose. También la acción del Reino Unido ha impactado en nuevas presiones y parte de su territorio nacional, como las regiones de Escocia e Irlanda del Norte se mueven en el sentido de la separación, con la esperanza de mantenerse en la Unión Europea.
La realidad es que las malas políticas y el divorcio de las responsabilidades globales, colocan a Occidente en una posición más débil como alternativa en la salvaguarda de la libertad y la paz mundial. Redireccionar el rumbo es una tarea por realizar para los gobiernos occidentales.