Por
Lincoln Diaz-Balart
Me alegró
mucho saber que mi amigo Orestes Matacena preparaba una página electrónica
sobre su tío-abuelo, el gran estadista cubano Orestes Ferrara.
Yo admiro
la figura histórica de Orestes Ferrara. Soy uno de sus “favorables amigos del
mañana” a los que él hace referencia al final de su autobiografía, que tituló
“Memorias – Una Mirada Sobre Tres Siglos”. (“El siglo 19 me dio un vigoroso
empuje hacia el gran paso que existe entre la esperanza y el hecho; el 20 me ha
formado en la batalla establecida entre el bien y el mal; y los nuevos aires
que se entrevén del siglo 21 me están dando el somnífero para gozar de una
tranquilidad sin aspiraciones” escribió en 1968, a los 92 años de edad.)
Recomendar
la lectura de las memorias de Ferrara es sugerir el reencuentro constante con
la sabiduría a través de las experiencias de una vida excepcional, de un hombre
genial, motivado por el amor a Cuba y a la libertad. Orestes Ferrara nació en
Nápoles, Italia, en 1876. Su abuelo había luchado por la unidad italiana. Su
padre, Eduardo Ferrara, había peleado junto a Garibaldi. Orestes Ferrara
estudiaba la carrera de derecho en Nápoles cuando decidió irse a Cuba a luchar
por su independencia tras enterarse del comienzo de la guerra organizada por el
apóstol de la libertad cubana, José Martí. El joven enamorado de la libertad
llegó a Cuba en 1896. Pronto conoció a Salvador Cisneros Betancourt, que
presidía la República en Armas. En la manigua libertaria, por su brillantez y
su heroísmo, Ferrara llegó a ser Coronel del ejército Mambí, y se desempeñó
como ayudante del Mayor General (más tarde el segundo presidente de la
República) José Miguel Gómez.
Terminó sus estudios de derecho en La Habana.
Asumió, muy joven aun, la cátedra de derecho político de la Universidad de La
Habana. En las elecciones de 1908, en las que fue electo presidente José Miguel
Gómez, Ferrara fue electo Representante a la Cámara, y sus compañeros lo
eligieron Presidente de la Cámara de Representantes.
El estudio de la vida de
Ferrara está repleto de lecciones. Tras el comienzo mismo de la República, los
antiguos “autonomistas”, que junto con “guerrilleros” y “voluntarios” habían
combatido ferozmente a los independentistas, disfrutaban de ministerios y
embajadas en los gobiernos de la República. Muchos de los ex-mambises, en
cambio, se sentían marginados en su propia patria. Los pocos líderes
independentistas que habían poseído fortunas las habían perdido por expropiaciones
del gobierno español. Dichas fortunas nunca les fueron devueltas a ellos ni a
sus descendientes. La República comenzó con el poder económico en manos de los
que más la habían combatido, y con los libertadores en la pobreza. Los negros y
mulatos, que habían constituido un porcentaje probablemente mayoritario del
ejército libertador (Manuel Maza Miquel, en su importante libro, “Entre la
Ideología y la Compasión” (1997), relata como en muchos casos los negros y
mulatos constituían hasta el 85% de las tropas insurrectas en las dos guerras),
sentían más que nadie la alineación dentro de su propia patria. Como explica
Gastón Baquero en su magistral ensayo “El Negro en Cuba” (1974), solo a través
de la política pudieron comenzar a obtener fuerza dentro de su patria muchos de
los ex-mambises.
Durante el gobierno de José Miguel Gómez, Orestes Ferrara fue
enviado por el presidente cubano a Washington para evitar una segunda
intervención americana en la República de Cuba, motivada esta vez por el temor
al alzamiento que se había producido por el general Ivonet y el capitán
Estenoz, ambos ex-oficiales del ejército libertador, y negros. El evitar esa ya
-prácticamente – decidida intervención americana requirió toda la capacidad
diplomática de Ferrara. El problema racial, la existencia tanto en la colonia
como en la República de una inaceptable e injusta discriminación racial, la
forma en que esta exacerbó aún más la marginación de los libertadores (y sus
descendientes) dentro del país que ellos mismos habían creado, el poder
económico de la República en manos de ex-autonomistas y otros elementos
profundamente anti-República, y cómo incidieron estos factores en la llegada al
poder absoluto de un hijo (blanco) de un soldado del ejército de ocupación
español de Valeriano Weyler que odia y ha esclavizado a los cubanos, esto,
hasta hoy, (con la excepción del ensayo ya mencionado de Gastón Baquero), ha
sido muy poco estudiado.
Orestes Ferrara, como escribió su buen amigo,
ex-compañero de la Cámara y más tarde presidente de la Asamblea Constituyente
de 1940, otro gran cubano, Carlos Márquez Sterling, era, aun “más que político,
un hombre de estudio. Su amor a la libertad, a la manera del liberal del siglo
19, era su doctrina. Talento, valor, audacia, tacto, prudencia, espíritu de
aventura, ideales, realismo, romanticismo, destreza, habilidad. Sentido de
límite. Conocimientos diversos. Una cultura inmensa. Hablaba varios idiomas, y
poseía un “saber hacer las cosas”, que nunca le fue superado por sus
contemporáneos.”
Ferrara fue abogado de importantes empresas multinacionales,
autor de múltiples libros, Ministro de Relaciones Exteriores, Embajador de Cuba
en Estados Unidos, Embajador de Cuba en España y en la UNESCO, miembro de la
Asamblea Constituyente de 1940, donde su conducta nos da otra idea de su amor
por Cuba. Ferrara había regresado a Cuba del exilio, al haber sido electo
miembro de la asamblea que redactaría la Constitución de 1940. Sabía que su
vida peligraba, pero su sentido del deber predominó como siempre en él. A los
pocos días de haber regresado a Cuba, fue objeto de un atentado, en el que
murió su chófer. Tras dos meses en el hospital seriamente herido, regresó a la
convención “con el brazo y la espalda voluminosamente vendados”, ya redactada
la Constitución prácticamente en su totalidad. Si hubiera podido participar en
la mayoría de las sesiones, “me hubiera batido para cancelar, o por lo menos
para disminuir la estadolatría del proyecto. Pero, el eterno pero, tuve que
favorecer el proyecto en lugar de combatirlo. Aun opinando en contra del
documento redactado, la necesidad me puso a su favor.”
La integridad y el
carácter se evidencian a lo largo de la fascinante vida de Ferrara. Al entender
que había errado, admitía sus errores. Explica, por ejemplo, como se había
equivocado al haberse opuesto a las importantes obras públicas planificadas y
llevadas a cabo por el Ministro de Obras Públicas del Presidente Machado en la
década de los años 1920, Carlos Miguel de Céspedes.
Estudiar a Ferrara es no
solo estudiar historia a lo profundo, sino aprender además de filosofía
política, de, por ejemplo, “la unidad de la religión y de la política, por ser
ambas expresiones espontáneas de la cooperación humana”, o de cómo “del
reeleccionismo han venido todos nuestros males”.
Pero, sobre todo, estudiar a
Ferrara es estudiar el amor por Cuba en acción. En sus memorias vemos como, al
final de sus días, nuevamente exiliado, “me he mantenido fuera de Cuba. Hubiera
podido recobrar la nacionalidad italiana, no lo he hecho ni lo haré. A los 92
años espero erguido y respetado que la victoria sonría a los que la merecen y
que la incapacidad desaparezca, por fin, del gobierno de mi país. He quedado
cubano, en la desgracia, como en los buenos tiempos. Tengo la misma fe en Cuba
que tuve en los campos frondosos de la isla.”
La incapacidad, hoy manifestada
en su forma más brutal e inhumana, desaparecerá del gobierno en Cuba. Y Cuba
nunca olvidará a Orestes Ferrara.