Por Orlando Fondevila
El panorama que hoy presenta Cuba es realmente dramático. Ya ni siquiera en el discurso oficial ni en el de los alabarderos que le quedan en el mundo se atreven a hablar de la otrora cansina verborrea de los “logros” de la revolución. El estado de la sanidad pública es deprimente. La situación educacional no puede ser peor. Para qué hablar del transporte público, de la vivienda, de los servicios eléctricos o de telefonía, del abasto de agua, del drenaje de aguas negras, de las calles y carreteras. Ni qué decir de la producción y distribución de alimentos, vestimenta y calzado. ¿Es que algo funciona bien en Cuba bajo los Castro? De las decenas de miles de grandes, medianas y pequeñas empresas que florecían en 1959, confiscadas brutalmente por la “robolución”, prácticamente nada queda en pie. La reforma agraria, con su abusiva estatalización de la tierra, ha transformado el campo cubano en un inmenso marabuzal improductivo y al campesinado en siervos empobrecidos. La otrora pujante industria azucarera, de la cual se llegó a decir que “sin azúcar no hay país” ha mermado a niveles tan ridículos que ni siquiera alcanza los niveles de producción de los primeros años de la República. Cuba ha pasado de ser la azucarera del mundo a ser importadora neta de azúcar. El turismo, mediocre y con sombras de indecencia, no avanza. Hasta los tomates y lechugas que consume el sector deben ser comprados en el exterior.
¿De qué ha vivido y de qué vive Cuba hoy? Durante las primeras décadas del régimen el país malvivió de la obscena y traidora subordinación de su soberanía a la Unión Soviética, sirviendo a los objetivos expansionistas del totalitarismo comunista unido al enfermizo ego del tirano. A cambio de tamaña sumisión, la Unión Soviética suministró decenas de miles de millones de dólares como pago al incondicional servidor, dejándole creerse poderoso procónsul. Las colosales remesas no se emplearon en el desarrollo del país, sino que se dilapidaron en el fárrago de la ineficiencia propia del sistema colectivista, los caprichos del loco endemoniado y las aventuras subversivas por medio mundo. Y por supuesto, algo quedó para las arcas personales del tirano y sus allegados. ¿Quién puede creer honradamente que si hoy la tiranía recibiera recursos, que solo ella administraría, los emplearía de modo distinto?
En la actualidad, desmoronada la URSS, como se sabe, Castro se hizo con la teta del petróleo venezolano, “colonizando” inauditamente al país del “socialismo del siglo XXI”, con el cual intercambia represión, control y esclavos de bata blanca, por petróleo y otras regalías. Pero cuando más felices se las tenía la tiranía castrista, contempla con estupefacción como también se le desmorona el nuevo mantenedor. Mientras trata de apuntalar a toda costa la dictadura de Maduro, febrilmente trabaja en un Plan B. El Plan B consiste en “colonizar” al exilio cubano y conseguir que el “imperialismo” le acepte, crea en sus “reformas”, y sufrague los dispendios de la nueva clase que pretende su eternización en el poder.
A todo lo anterior, debemos añadir un pavoroso escenario político- social. Una ciudadanía sin derechos, encharcada en el miedo, la simulación y el control absoluto de sus vidas. Un drama demográfico expresado en una bajísima tasa de nacimientos y una imparable sangría migratoria. Una represión omnipresente y una total falta de libertades. Una población sin esperanzas, que no cree más en las bondades prometidas durante medio siglo, con un deseo latente de un cambio verdadero y radical, aunque todavía no vislumbra con claridad el camino. Una creciente y concientizada oposición interna que, sin duda, tendrá su momento de empatía decisiva con la población esclavizada. Si esto no es una situación de fin de régimen, que venga Dios y lo vea.
Hoy más que nunca el factor externo juega un rol de suma importancia. En el exilio debe apoyarse los valerosos esfuerzos de la oposición interna. Hay que luchar, asimismo, por allegar aliados en las fuerzas políticas democráticas en todo el mundo. Hay que desenmascarar sin tregua a quienes hacen carantoñas al régimen con el pretexto de “ayudar a la democratización”, sea este pretexto ingenuo o interesado, pero siempre falaz. Hay que escuchar y hacer escuchar a la mayoría de la oposición interna que reclama con toda claridad que lleguen señales de solidaridad para los luchadores y de presión y rechazo a los tiranos. Estamos en un escenario de fin de régimen. Pero la libertad no caerá graciosamente del cielo, sino que depende de que trabajemos por ella.
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