Palabras
de Lincoln Diaz-Balart en el acto de conmemoración del 67 aniversario de la Declaración
Universal de los Derechos Humanos, en Tampa, Florida, el 10 de diciembre de
2015
La solidaridad es tan importante, queridos amigos. Si yo tuviera que
escoger una razón, la mayor razón, la razón más importante por la que ha durado
tantos trágicos años la dictadura cubana – 57 años el mes que viene – tendría que
decir que ha sido la falta de solidaridad internacional con el derecho del
pueblo cubano a ser libre.
Por eso, cuando observo a Gracia
Bennish y sus colegas, que van a Cuba no buscando los placeres del indigno turismo apartheid, sino para reunirse
con cubanos oprimidos, y ayudarlos, recuerdo las palabras de José Martí, que habló
tan cerca de donde nos reunimos esta tarde, “cuando hay muchos hombres sin
decoro, hay hombres que tienen el decoro de muchos hombres.”
Hace unos minutos, Gracia nos
recordaba que el derecho a la democracia forma parte de la Declaración
Universal de los Derechos Humanos. Ese hecho es de gran importancia.
El derecho a la democracia también
forma parte del derecho internacional de las Américas. El documento fundacional
del sistema Interamericano, la Carta de la Organización de los Estados
Americanos, especifica en su Capítulo II, Artículo 3, Sección (d), “La
solidaridad de los Estados americanos y los altos fines que con ella se
persiguen, requieren la organización política de los mismos sobre la base del
ejercicio efectivo de la democracia representativa.”
Nunca podemos dejar de trabajar
hasta que ese derecho se convierta en una realidad.
Me preguntaron al entrar aquí hoy,
si los patriotas de la “Casa Cuba” de Tampa, muchos de los cuales nos acompañan
esta tarde, no se están cansando. Mi querido amigo y líder de la “Casa Cuba”,
Alfredo Moreno, que nos acompañó en el acto del año pasado, ha fallecido,
aunque está aquí en espíritu hoy con nosotros. Cuando uno ve a Leonardo
Rodriguez Alonso, aquí junto a nosotros, que trabaja valientemente por la
libertad de Cuba dentro de la isla cautiva, y cuando uno observa a Mario Felix
Lleonart y Yoaxis Marcheco, también admirables patriotas cubanos, o vemos a
Lori Diaz, que literalmente le abre su casa en Miami a los oprimidos, o a
Guillermo Toledo y su esposa Maria Isabel, uno ve en todos ellos, queridos
amigos, a los patriotas de la “Casa Cuba”, y recordamos también el ejemplo de
la generación de nuestros abuelos y la generación de nuestros padres, que
mantuvieron viva la llama de la Republica en el exilio durante todas estas
décadas.
También al llegar aquí hoy, uno de
los jóvenes y brillantes colegas de Gracia, que estuvo en Cuba con ella
recientemente, Gabriel, un nombre tan especial para mí, Gabriel Krebsbach, me
comentó que lo que más le impactó del pueblo de Cuba fue que, a pesar de las
extraordinarias dificultades económicas y de la represión que sufre el pueblo,
los cubanos son cariñosos y supremamente generosos. “Lo poco que tienen”, me
dijo “se lo ofrecen a sus invitados”.
Y me di cuenta de que Gabriel había captado
una realidad críticamente importante: A pesar de sufrir el supremo horror de más
de medio siglo de totalitarismo anti-cubano, la tiranía no ha podido destruir
la naturaleza, la esencia, del pueblo cubano. Y ese hecho, que el mal no ha
podido destruir a Cuba – que, en el subsuelo, Cuba vive – hará posible el
resurgimiento y la reconstrucción de Cuba.
Hemos pasado del fin del comienzo,
al comienzo del fin, queridos amigos.
Y los dejo con unas palabras que pronunció
mi padre, en el 40 aniversario de la fundación de La Rosa Blanca:
“De igual manera que cuando fundamos La
Rosa Blanca, en enero de 1959, solamente podíamos esperar agresiones,
incomprensiones, cárceles y golpes, hoy, a estas alturas de nuestra vida,
resulta obvio que sería necio albergar ambiciones o aspiraciones personales.
Pero, de la misma manera, seria innoble
no cultivar ilusiones. Junto a las ideas concretas, parte de nuestro programa,
que hoy he compartido con ustedes, nada ni nadie puede ni podrá, jamás, matar
nuestras ilusiones, que son el motor y la brújula de nuestra humilde
existencia. Hoy, más que nunca, yo tengo muchas ilusiones y voy a confesarles a
ustedes, en secreto, algunas de esas ilusiones.
Yo tengo la ilusión, la gran ilusión, de
que los cubanos aprendamos a comprendernos, a respetarnos y, ¿por qué no? , a
amarnos los unos a los otros.
Yo tengo la ilusión, la gran ilusión, de
que nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos y los hijos de los hijos de
nuestros hijos, vivan en una patria libre, estable, fraterna, progresista y
feliz, que permanezca como una gran nación, por lo menos, durante todo el
tercer milenio.
Yo tengo la ilusión, la gran ilusión, de
que nunca jamás, un cubano o una cubana, juzgue a otro cubano o cubana, por el
color de su piel, o por su origen, sino por los sentimientos de su corazón y la
impronta de su conducta.
Yo tengo la ilusión, la gran ilusión, de
que Cuba resucitara y resurgirá de sus propias cenizas, como el Ave Fénix.
Yo tengo la ilusión, la gran ilusión, de
que Cuba vuelva a ser la nacían más próspera y feliz de América Latina, no
perfecta, porque no hay institución humana perfecta, pero sí, permanentemente
perfectible, aún más rica, más justa y más prospera que antes del desastre.
Yo tengo la ilusión, la gran ilusión, de
que Cuba sea muy pronto, una República como la soñó el Apóstol, " cuya ley
primera sea el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre.”
Yo tengo la ilusión, la gran ilusión, de
que las nuevas generaciones cubanas, hombres y mujeres, los pinos nuevos,
ayudados por los viejos robles, trabajen siempre con honradez, con dedicación,
con patriotismo, con amor, con entrega y con eficacia, en favor de la patria,
que es de todos, como todos somos de la patria, patria que fue definida
poéticamente por el Apóstol como, "Fusión dulcísima y consoladora de
amores y esperanzas”.
Y por último, mis queridos amigos, yo
tengo la ilusión, la gran ilusión, de que Cuba vuelva a ser como la califico el
gran filósofo Thomas Merton en los años 40 del siglo 20, “una analogía del
Reino de los Cielos” y no una sucursal del infierno, una sucia sucursal del
infierno, como es hoy. Y también, mis queridos amigos, yo tengo la ilusión, la
gran ilusión, de verlos a todos ustedes, y abrazarlos a todos ustedes muy
pronto, en una Cuba libre, independiente, soberana y feliz.”
Muchas gracias.
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