Monday, July 1, 2013

Millo Ochoa




Por Lincoln Diaz-Balart

El 27 de junio se cumplen seis años del fallecimiento, a los pocos días de cumplir cien años de edad, de uno de los más grandes hombres de la Primera República de Cuba (1902-1958), Emilio “Millo” Ochoa. A continuación reproduzco las palabras que pronuncié en su funeral en Miami. Nunca olvidaré a Millo.



A Marta su viuda, amada compañera y colaboradora de Millo Ochoa, a su hija Beba, a su yerno Rafael, y a toda su maravillosa familia, nuestro más fraternal y sentido abrazo de cariño y solidaridad en estos tristes momentos de despedida de nuestro admirado y querido Millo.



Cuando yo llegué a vivir al Sur de la Florida después de graduarme de abogado en el norte de Estados Unidos en 1979, con la típica modestia de un joven con prisa, quise tener un programa de radio, un programa de radio que se llamara “Habla la Juventud”. Yo creía que tenía algo que decir. El problema más obvio que confrontaba en ese momento para conseguir el programa de radio es que yo no conocía a nadie aquí.



Pero mi padre y Millo Ochoa eran amigos, y Millo estaba exiliado aquí en Miami. Mi padre habló con su amigo Millo, que, a su vez, habló con su amigo y abogado desde los días de otro exilio de Millo aquí en Miami, muchos años atrás, en la década de los 1950, Carlos Benito Fernández, y, sin conocerme, Millo le pidió a Carlos Benito un programa de radio para el hijo de su amigo Rafael Díaz-Balart. Y Carlos Benito, también sin conocerme, le dijo, “Millo, a ti no se te niega un favor”. Carlos Benito Fernández en ese momento era accionista de la emisora “Ocean Radio”, después convertida en “Unión Radio”. “Dile a ese muchacho Díaz-Balart que tiene su programa de radio”, le dijo Carlos Benito a Millo.



Así conocí yo a Millo Ochoa, y a Carlos Benito Fernández. Ese era Millo. Ese era Carlos Benito. Esa era Cuba. Reverencia y devoción por la amistad. El fundador de la nación lo dijo como nadie más puede. Martí escribió sobre la amistad: 



Tiene el leopardo un abrigo en su monte seco y pardo.



Yo tengo más que el leopardo, porque tengo un buen amigo.



Tiene el Señor Presidente un jardín con una fuente y un tesoro en oro y trigo. Tengo más, tengo un amigo.



Después, ambos, Millo Ochoa y Carlos Benito Fernández, fueron entrañables amigos míos, de esos amigos del alma que nos acompañan a través de todas nuestras vivencias y experiencias tras el desarrollo de ese hecho, la amistad, que es una de las más bellas manifestaciones del amor.



Y llegué a comprender a través de una especie de viaje maravilloso de profundización de mi amistad con Millo Ochoa, su grandeza espiritual y la amplitud y limpia transparencia de su alma privilegiada.



Mi padre, que fue económicamente un hombre de grandes altos y bajos, me contó a los pocos meses de llegar yo a Miami en 1979, que su amigo Millo Ochoa, al enterarse que mi padre estaba pasando en ese momento por uno de sus momentos bajos económicamente, se apareció en su apartamento en Key Biscayne con un cartucho lleno de dinero en efectivo, con unos 2500 dólares, que Millo le explicó era el dinero que había podido ahorrar en su trabajo diario de entonces como taxista en Miami. “Gracias Millo, pero por favor guarda ese dinero,” le contestó mi padre, al insistirle y por fin convencer a un Millo renuente que se quedara con sus ahorros.



Reverencia y devoción por la amistad. Grandeza espiritual, amplitud y limpia transparencia de alma, no eran características teóricas en Millo –eran una viva realidad– como también lo era su generosidad sin límite. Millo jamás dejó de servir al prójimo hasta sus últimos días en esta vida. Hace solo unos meses, cuando unos seres que dan lastima criticaron a mi fallecido abuelo en un artículo de periódico con motivo de que un edificio en la Universidad de “FIU” recibió su nombre, fue Millo Ochoa, con su inigualable autoridad moral adquirida a través de su conducta ejemplar en la historia de la República de Cuba, que sentenció en el artículo: “Díaz-Balart fue un alcalde de Banes muy querido por su pueblo y fue muy honesto”. Sirviendo hasta sus últimos días. Cuando me llamaba por teléfono nunca era para pedirme un favor para él, sino para otros. 



Yo tuve el placer hace unos años –aunque Millo no me lo pidió– al enterarme que Millo había perdido su trabajo en una oficina donde trabajaba (tenía entonces como 95 años), e iba fielmente todos los días a trabajar, yo tuve el placer de llamar a la agencia (creo que era la “AARP”, la Asociación Americana de Personas de la Tercera Edad) y le pude explicar al director, quien era ese hombre mayor que iba a trabajar allí. Ex-Senador de la República de Cuba, Miembro de la Asamblea Constituyente de 1940, fundador de dos –no de uno, de dos– partidos políticos que llegaron a tener entre los mayores niveles de popularidad en toda la historia de la República. Lo reinstituyeron en su trabajo en la agencia de personas mayores. Y Millo siguió trabajando, manejando su automóvil a su trabajo, con su suprema dignidad, cada día.



Nunca he conocido a un ser humano que he admirado más que a Millo Ochoa. Cuba tuvo en él a un hijo muy especial. La mezquindad y lo injusto sencillamente no cabían en él. La motivación de su vida era el amor, manifestado a través del servicio y la lucha perenne por la justicia, la democracia y el estado de derecho para Cuba.



Al releer en días recientes el “Elogio al Político” escrito en 1978 por el gran pensador, ensayista y poeta cubano Gastón Baquero, pensé que es como si Baquero estuviera aquí, hoy, hablándonos a nosotros y a las futuras generaciones sobre el político de vocación, como Millo Ochoa. Escribió Gastón Baquero:



“Entre todos nos encargamos, en la República, de maltratarlo, de escarnecerlo, y de presentarlo como un ser nocivo para la sociedad. Pretendíase que todos los males de Cuba Republicana provenían de la mala calidad, moral e intelectual, de los políticos. No se alcanzó a comprender la función del político, no ya en su alta dimensión de legislador, de estadista, de creador de respuestas para las necesidades de la colectividad, sino en la más humilde función de enlace entre los ciudadanos, todos los ciudadanos, y el Estado. 



Esa función de enlace la realiza el político en una pura y vigorosa práctica cotidiana de la democracia. El político es el único hombre que tiene, con el sacerdote y con el médico, la obligación profesional de ser para todos, de estar al servicio de todos. Espontánea o forzosamente, el político tiene que contar con el pueblo, tiene que entenderse con el pueblo y que entender al pueblo. Él es el intérprete, el portavoz, el procurador. Con su diálogo diario destruye las castas y reduce las diferencias de clase. De faltar el mediador, el vaso comunicante, que es el político, la sociedad no evoluciona, no se reforma, no cambia para rectificar sus fallas. Es por eso por lo que las grandes tiranías o dictaduras inmovilistas no cuentan para nada con el político, que obviamente se queda sin función cuando un gobernante o un partido exclusivo deciden tomar por sí y ante si todas las decisiones.



Esa fobia al político fue siempre un mal, pero en nuestros tiempos es una de las formas más directas y fulminantes que maneja la oligarquía, la burguesía alta y mediana de cada país para suicidarse. No entienden que cuando el político se queda inactivo, el vacío que el deja lo ocupan los terroristas, los constructores del paredón, los ciegos destructores de cuanto existe. Nicolás Lenin, una vez en el poder, no antes, por supuesto, preguntaba; “¿Política para qué, elecciones para qué, libertad para qué?” Los repetidores de las consignas totalitarias del leninismo preguntaron también en Cuba, desde los primeros días del 59 -antes no, por supuesto- ¿para qué los políticos, para qué las elecciones, para qué la libertad? Porque Lenin sabía que político es sinónimo de derechos para el hombre en libertad de elegir sus gobernantes y de elegir el sistema que considere mejor. Donde no hay política y políticos, hay tiranía y esclavitud.



La política genuina es una vocación, una llamada que viene desde lo más hondo del ser, y ante la cual no caben las escapatorias ni las imposiciones del exterior. Se nace político como se nace poeta o se nace pintor. El estudio de la ciencia correspondiente y el perfeccionamiento continuo, complementan y llevan a su plenitud lo que la vocación hizo descubrir desde la niñez. Pero si no se parte de ese misterio que es la vocación irrechazable, el destino de la persona sobre la tierra, no hay nada que hacer, por mucha voluntad que se ponga en realizar lo impuesto como una obligación o como un deber.



El político vocacional vive para la política, lo que es lo mismo que decir que vive para los demás, no para él. Un político verdadero es por esencia el reverso del egoísta y del monopolizador de oportunidades para su beneficio personal. Su razón de ser es la comunidad, la polis. No sabe, ni quiere, estar solo. Sacrifica todos los días su intimidad y su comodidad por su entrega a lo público, por la constante oferta que de sí mismo hace a los otros. Hay un abismo tal entre el político vocacional y el coyuntural u oportunista, que se comete una grave injusticia cuando a alguien que está en la política por Destino, porque es ahí donde realiza su ser y cristaliza su personalidad, se le confunde o se le identifica con el pseudo-político, con el que pasa por el escenario de la política en busca de otra cosa”.



A Millo le gustaba cuando yo decía que él era mi mentor. Es verdad. Él fue y será siempre mi mentor. Como lo será para muchos en las generaciones del futuro cuando lleguen a conocer la historia de Millo. Después de conocerlo yo siempre quise (y yo quiero) ser como Millo Ochoa. Aunque sé que es una tarea muy, muy difícil. Pero estoy orgulloso de ser político, como Millo Ochoa. Estoy orgulloso de tratar de ayudar a los que piden mi ayuda, como siempre hizo Millo Ochoa. Y estoy orgulloso de amar a Cuba y de creer en su futuro, libre, próspero y feliz, como Millo Ochoa.

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