Por: Yoaxis Marcheco Suárez
Una amiga cubana
radicada en Miami me comentaba que desde hace catorce años no viaja a Cuba, aun
cuando en la isla le queda una parte importante de su familia. Las razones son bien
fundamentadas para ella, me decía que desde que pone un pie en el Aeropuerto
Internacional José Martí de la ciudad de la Habana su estrés y su malestar
comienzan; para ella el tener que enfrentar las caras duras de los funcionarios
de emigración y de los aduaneros, así como el chequeo superminucioso de todo su
equipaje, siempre con el fin de quitarle algo, es como atravesar el mismo
infierno. Por eso prefiere no ir y evitarse todos los disgustos que le esperan
una vez que baja la escalerilla del avión. Para mí no es menos estresante el
escabroso sendero que va desde la pista de aterrizaje hasta la ansiada salida que
conduce a la calle. Como cualquier otro cubano mi duda durante todo el viaje de
retorno a mi país es: ¿Con cuál de mis objetos electrónicos se quedará la
aduana cubana esta vez?
Resulta complejo
entender las leyes aduanales en Cuba ya que están diseñadas de manera tal que
puedan ser manipuladas por las autoridades, siempre a su favor. Si fuéramos a
realizar un censo responsable de los objetos electrónicos (laptops, equipos
para proyecciones, celulares, memorias RAM, DVDs players, televisores, etc,
etc, etc) que son decomisados anualmente en los aeropuertos cubanos, créanme
que necesitaríamos varias manos con muchos dedos. Y es que el principal interés
está precisamente en estos dispositivos, a los cuales los dueños del país y por
ende de la Aduana, le tienen un terror enfermizo. Así si usted viene algo
pasado del peso reglamentado (y estudie bien las normas para el peso
reglamentado porque es toda una sopa de palabras que para entenderla casi que
se necesita un curso de post grado y cuidado si aún así no entiende nada),
usted perderá parte de su equipaje, o sea se le decomisará el exceso ya sea en
misceláneas o en equipos eléctricos, dejándolo con el desagradable tormento de
saber que le han robado literalmente algo que le pertenece y que usted no puede
hacer absolutamente nada al respecto.
En nuestro
primer viaje a los Estados Unidos realizado entre septiembre de 2013 y enero de
2014, mi esposo el pastor bautista Mario Félix Lleonart y yo salimos y
regresamos al país por el aeropuerto de Santa Clara. En esa primera ocasión el
peso de nuestro equipaje estaba un poco excedido según las normas cubanas, vale
aclarar que en Estados Unidos el único requisito es pagar el sobrepeso. Nuestro
avión arribó al aeropuerto a las 10 de la noche y nuestra salida del chequeo de
aduana fue a las 4 de la mañana, aquel exhaustivo y loco chequeo tuvo como
resultado el decomiso de un proyector que hermanos en la fe radicados en Miami
enviaban a nuestras iglesias bautistas de Taguayabón y Rosalía, y un cartucho
con seis libras de caramelos que una hermana exmiembro de la iglesia de
Taguayabón enviaba a los niños para que celebrasen el Día de Reyes Magos. Por
muchas gestiones realizadas posteriormente no pudimos recuperar lo que se nos
quitó.
En nuestro
segundo y bien reciente viaje a Estados Unidos tomamos todas las medidas
posibles para viajar con el peso requerido y así evitar los malestares
anteriores, pero una vez más la arbitrariedad y el despotismo del sistema
cubano salieron a flor de piel, mi esposo y yo fuimos sometidos a un riguroso
registro, todos nuestros equipajes fueron abiertos, nuestros libros y
documentos leídos y releídos una y otra vez, y aunque se nos aclaró por parte
de los funcionarios de la Aduana del Aeropuerto Internacional José Martí de la
Habana, al cual arribamos el viernes 11 de abril en el vuelo SY8830, que los
objetos con los que se quedaban estaban “retenidos” y no “decomisados”, nos
quitaron mucho más que en el anterior arribo. Quedaron supuestamente retenidos en
el aeropuerto _y digo supuestamente porque con las “leyes” en Cuba nunca se
sabe cuál será el siguiente paso, ya que de cualquier rincón empolvado puede
salir un decreto, una modificación a la ley, un inciso, o cualquier otra cosa
que justifique sus actos arbitrarios_ la
laptop personal de mi esposo el pastor bautista Mario Félix Lleonart, un disco
duro externo también de su propiedad, un móvil, dos quemadores de DVDs, un DVD
player, un file con 45 documentos personales y once discos de contenido
mayormente religioso.
Como pueden
apreciar la Aduana cubana tiene la “sagrada” tarea de proteger a los dictadores
y a sus decretos. La información y la tecnología que ayude a diseminarla es a
lo que más temen y es por tanto a lo que mayor atención prestan. Mi esposo y yo
no sabemos si nos devolverán los objetos retenidos, seguros estamos que de las
manos de la Aduana pasaron a las oscuras manos de la Seguridad del Estado, son
esas manos las que escriben la ley y la alteran cuando lo precisan, son esas
manos las encargadas de censurar, de prohibir, de castigar, son quienes
subyugan y gobiernan a la Aduana y hasta al mismo tribunal popular, son manos
largas, muy largas. Mi amiga en Miami entiende bien de esta jungla dirigida por
dos dictadores amparados por ese regimiento de manos largas y tenebrosas que
anda por las calles a veces encubierto y otras abiertamente denominado
Seguridad del Estado, de ahí su decisión de no volver. Por mi parte yo seguiré
mientras Dios me lo permita, enfrentado el estrés de los aeropuertos cubanos y
los arbitrarios secuestros de objetos privados, aun cuando la decisión parezca descomunalmente
loca.
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