Sunday, August 10, 2014

El Maleconazo como yo lo viví



Por César Menéndez Pryce

“La voluntad de todos pacíficamente expresada: he aquí el germen generador de la república”, José Marti.

El  5 de agosto de 1994 me encontraba trabajando en Prensa Latina, eran alrededor de las 10 de la mañana cuando escuché una conversación telefónica del jefe de redacción con su hermana en la que le advertía con gran alarma que no saliera a la calle porque “hordas contrarrevolucionarias iban golpeando a todo el mundo, gritando consignas contra el comandante en jefe”.

Como antecedente es bueno señalar que hacía unos días el régimen había hundido el remolcador 13 de Marzo que trataba de escapar hacia Estados Unidos con  72 personas, matando a 41 de ellas.   Otras lanchas robadas corrieron mejor suerte y sí llegaron a Miami.  Cientos de habaneros con mochilas  iban para zonas cercanas al puerto  con la esperanza de poderse “enrolar” en una de estas embarcaciones.   La policía  “hacía la vista gorda”, al parecer dejando que se enfriara el crimen del remolcador.  Pero de repente, se corrió el rumor de que se iban a robar o  que autorizarían otro barco y este  se llevaría a cuantos cupieran. Una gran muchedumbre se concentró en la salida del puerto. Fue entonces cuando la policía decidió intervenir. Y lejos de lo que esperaba, la respuesta de la gente fue la primera gran manifestación urbana contra la revolución, conocida como El Maleconazo.  
Al oír a mi jefe, avisé a otro colega periodista y de inmediato nos fuimos en bicicleta para el lugar de los hechos.  Bajamos por malecón y, a la altura del Parque Maceo, nos encontramos la manifestación. Había muchas personas gritando “Libertad, Libertad” de forma enérgica, pero pacífica.

Yo, que en años recientes, había vivido la Perestroika en Moscú,  pensé erróneamente que éste era el inicio del fin del régimen.  Con cada rugido de “Libertad” me estremecía todo el cuerpo, las piernas me temblaban y con la mirada mi colega y yo nos decíamos: esto se acabó.

De repente la persona que estaba a nuestro lado sacó un arma y disparó al cielo. La policía introdujo entre  la multitud a agentes vestidos de civil que disparaban al aire, creando el desconcierto entre los manifestantes. No sabías quién estaba  a tu lado. También recuerdo que muchos autos Ladas blancos con las luces largas encendidas iban y venían a gran velocidad hacia la multitud en una maniobra intimidatoria.  Los ocupantes de estos vehículos estaban vestidos de civil. Tales hechos me hacen pensar que la manifestación siempre estuvo controlada por la policía, quien con los disparos  y los carros, más bien, guiaba el curso de la misma.

Aquel enjambre de gente gritando se movió hacia el hotel Deauville y subió por  la calle Galiano, donde comenzaron los desordenes. Rompieron las vidrieras de las tiendas, volcaron los cubos de basura, desde los balcones algunos vecinos tiraban piedras a la policía y gritaban consignas.

 Mi colega y yo fuimos  al taller de taxidermia donde trabajaba su mujer, al fondo del hotel Deauville. Queríamos saber si estaba bien y ella llorando le imploró a mi colega que se quedara. Yo continué en la calle.

En ese momento llegaron los camiones del contingente Blas Roca,  los mimados constructores de Fidel Castro que entonces levantaban el hotel Cohiba.  Estos trabajadores, ahora en función paramilitar, iban armados con tubos, palos y garrotes para enfrentar a los manifestantes y así defender sus  pequeños privilegios. Recuerdo a los policías gritar: “Los sin camisas son nuestros” . Esa fue la diferenciación que utilizaron para reprimir a los manifestantes sin confundirse.

Al contingente le siguieron varios camiones con tropas especiales antimotines. Estos venían vestidos de negro –primera vez que veía yo ese uniforme- y llevaban petos, cascos y tonfas, al estilo de las policías más modernas y mejor equipadas del mundo.
Cuando se desplegaron los antidisturbios yo abandoné el lugar por miedo a que me fueran a apalear o  detener.

Media hora después, llegué a mi casa en 12 y 23.  Mi madre se encontraba viendo la televisión y le pregunté si habían dado la noticia de la manifestación.  Ella no solo lo negó, sino que, asombrada, no daba crédito a lo que yo  había visto con mis propios ojos.

Para mi sorpresa, unas dos horas después de mi llegada a la casa, salió en televisión, en riguroso directo, la entrada triunfal de Fidel Castro al área de la manifestación.

Recuerdo que dijo algo así:  “…me han dicho que están lanzando piedras y gritando consignas contrarrevolucionarias, he venido aquí para que me tiren a mi una de esas piedras, y me griten a mi…” Así fue como el pueblo cubano se enteró del Maleconazo.

Lo que Fidel Castro no dijo en televisión fue  que él había ordenado controlar la zona con policías de civil que disparaban al aire, que había enviado a las brigadas paramilitares del contingente Blas Roca a golpear a los manifestantes, y que había desplegado las tropas especiales antimotines, armadas hasta los dientes. Y, horas después, cuando allí no quedaba ni el gato,  apareció él  con su comitiva a robarse el protagonismo. Donde hacía unas horas se gritaba “Libertad” ahora se escuchaba “Fidel, Fidel”, magistral golpe de efecto para todos los televidentes.

El malecón estuvo tomado por las fuerzas armadas toda la noche.  Yo lo recorrí en bicicleta y comprobé que, desde el restaurante 1830 hasta el puerto de la Habana, había unos Jeeps militares, parecidos a los Hummer, artillados con una ametralladora.  Cerca de cuatro kilómetros de jeeps militares aparcados en línea  a una distancia de un metro uno del otro y muchos soldados.

El régimen y sus órganos represivos manejaron muy bien los tiempos, abortaron la revuelta, hicieron una demostración tremenda de fuerza, y pusieron punto y final a la crisis de los remolcadores.

Según tengo entendido,  para la disidencia en general el Maleconazo fue una sorpresa, se enteraron como todo el mundo por la televisión, no estuvieron atentos a los síntomas que daba la calle en aquellos momentos. Al parecer, no tenían respuestas preparadas para estas contingencias.  Por aquel entonces se dedicaban fundamentalmente  a  la dura supervivencia bajo el castrismo.
 
Quien piense que la democratización en la isla va a ser fruto de un apretón de manos en un despacho, se equivoca. La moraleja de este suceso y lo visto recientemente en Venezuela es que los Castro no van a dejar el poder fácilmente, agotarán antes todos sus recursos económicos, políticos y represivos. Y aunque la lucha de los grupos opositores es pacífica, dada la naturaleza del régimen,  en el momento mismo del cambio  habrá mucha tensión, incluso alguna violencia.  Para ese escenario los movimientos disidentes pacíficos tendrán que tener ideadas diferentes maniobras capaces de convertir una chispa como la de agosto de 1994  en  una verdadera implosión que borre de una vez y por todas el injusto régimen castrista.  De lo contrario, el Maleconazo habrá sido en vano.

No comments:

Post a Comment