Por César Menéndez
Pryce
“La voluntad de todos pacíficamente expresada: he aquí el germen
generador de la república”, José Marti.
El 5 de agosto de 1994 me encontraba trabajando
en Prensa Latina, eran alrededor de las 10 de la mañana cuando escuché una
conversación telefónica del jefe de redacción con su hermana en la que le
advertía con gran alarma que no saliera a la calle porque “hordas
contrarrevolucionarias iban golpeando a todo el mundo, gritando consignas
contra el comandante en jefe”.
Como
antecedente es bueno señalar que hacía unos días el régimen había hundido el
remolcador 13 de Marzo que trataba de escapar hacia Estados Unidos con 72 personas, matando a 41 de ellas. Otras lanchas robadas corrieron mejor suerte
y sí llegaron a Miami. Cientos de
habaneros con mochilas iban para zonas
cercanas al puerto con la esperanza de
poderse “enrolar” en una de estas embarcaciones. La
policía “hacía la vista gorda”, al
parecer dejando que se enfriara el crimen del remolcador. Pero de repente, se corrió el rumor de que se
iban a robar o que autorizarían otro
barco y este se llevaría a cuantos
cupieran. Una gran muchedumbre se concentró en la salida del puerto. Fue entonces
cuando la policía decidió intervenir. Y lejos de lo que esperaba, la respuesta
de la gente fue la primera gran manifestación urbana contra la revolución,
conocida como El Maleconazo.
Al oír a mi
jefe, avisé a otro colega periodista y de inmediato nos fuimos en bicicleta para
el lugar de los hechos. Bajamos por malecón
y, a la altura del Parque Maceo, nos encontramos la manifestación. Había muchas
personas gritando “Libertad, Libertad” de forma enérgica, pero pacífica.
Yo, que en años
recientes, había vivido la Perestroika en Moscú, pensé erróneamente que éste era el inicio del
fin del régimen. Con cada rugido de “Libertad”
me estremecía todo el cuerpo, las piernas me temblaban y con la mirada mi
colega y yo nos decíamos: esto se acabó.
De repente la
persona que estaba a nuestro lado sacó un arma y disparó al cielo. La policía
introdujo entre la multitud a agentes
vestidos de civil que disparaban al aire, creando el desconcierto entre los
manifestantes. No sabías quién estaba a
tu lado. También recuerdo que muchos autos Ladas blancos con las luces largas encendidas
iban y venían a gran velocidad hacia la multitud en una maniobra
intimidatoria. Los ocupantes de estos
vehículos estaban vestidos de civil. Tales hechos me hacen pensar que la
manifestación siempre estuvo controlada por la policía, quien con los disparos y los carros, más bien, guiaba el curso de la
misma.
Aquel enjambre
de gente gritando se movió hacia el hotel Deauville y subió por la calle Galiano, donde comenzaron los
desordenes. Rompieron las vidrieras de las tiendas, volcaron los cubos de
basura, desde los balcones algunos vecinos tiraban piedras a la policía y
gritaban consignas.
Mi colega y yo fuimos al taller de taxidermia donde trabajaba su
mujer, al fondo del hotel Deauville. Queríamos saber si estaba bien y ella
llorando le imploró a mi colega que se quedara. Yo continué en la calle.
En ese momento
llegaron los camiones del contingente Blas Roca, los mimados constructores de Fidel Castro que
entonces levantaban el hotel Cohiba.
Estos trabajadores, ahora en función paramilitar, iban armados con
tubos, palos y garrotes para enfrentar a los manifestantes y así defender sus pequeños privilegios. Recuerdo a los policías
gritar: “Los sin camisas son nuestros” . Esa fue la diferenciación que
utilizaron para reprimir a los manifestantes sin confundirse.
Al contingente
le siguieron varios camiones con tropas especiales antimotines. Estos venían
vestidos de negro –primera vez que veía yo ese uniforme- y llevaban petos,
cascos y tonfas, al estilo de las policías más modernas y mejor equipadas del
mundo.
Cuando se
desplegaron los antidisturbios yo abandoné el lugar por miedo a que me fueran a
apalear o detener.
Media hora después, llegué a mi casa en 12 y
23. Mi madre se encontraba viendo la
televisión y le pregunté si habían dado la noticia de la manifestación. Ella no solo lo negó, sino que, asombrada, no
daba crédito a lo que yo había visto con
mis propios ojos.
Para mi
sorpresa, unas dos horas después de mi llegada a la casa, salió en televisión,
en riguroso directo, la entrada triunfal de Fidel Castro al área de la
manifestación.
Recuerdo que
dijo algo así: “…me han dicho que están
lanzando piedras y gritando consignas contrarrevolucionarias, he venido aquí
para que me tiren a mi una de esas piedras, y me griten a mi…” Así fue como el
pueblo cubano se enteró del Maleconazo.
Lo que Fidel
Castro no dijo en televisión fue que él
había ordenado controlar la zona con policías de civil que disparaban al aire,
que había enviado a las brigadas paramilitares del contingente Blas Roca a
golpear a los manifestantes, y que había desplegado las tropas especiales
antimotines, armadas hasta los dientes. Y, horas después, cuando allí no
quedaba ni el gato, apareció él con su comitiva a robarse el protagonismo. Donde
hacía unas horas se gritaba “Libertad” ahora se escuchaba “Fidel, Fidel”,
magistral golpe de efecto para todos los televidentes.
El malecón
estuvo tomado por las fuerzas armadas toda la noche. Yo lo recorrí en bicicleta y comprobé que,
desde el restaurante 1830 hasta el puerto de la Habana, había unos Jeeps militares,
parecidos a los Hummer, artillados con una ametralladora. Cerca de cuatro kilómetros de jeeps militares
aparcados en línea a una distancia de un
metro uno del otro y muchos soldados.
El régimen y
sus órganos represivos manejaron muy bien los tiempos, abortaron la revuelta,
hicieron una demostración tremenda de fuerza, y pusieron punto y final a la
crisis de los remolcadores.
Según tengo entendido, para la disidencia en general el Maleconazo
fue una sorpresa, se enteraron como todo el mundo por la televisión, no
estuvieron atentos a los síntomas que daba la calle en aquellos momentos. Al
parecer, no tenían respuestas preparadas para estas contingencias. Por aquel entonces se dedicaban
fundamentalmente a la dura supervivencia bajo el castrismo.
Quien piense que la democratización en la isla va a ser fruto de un apretón de manos en un despacho, se equivoca. La moraleja de este suceso y lo visto recientemente en Venezuela es que los Castro no van a dejar el poder fácilmente, agotarán antes todos sus recursos económicos, políticos y represivos. Y aunque la lucha de los grupos opositores es pacífica, dada la naturaleza del régimen, en el momento mismo del cambio habrá mucha tensión, incluso alguna violencia. Para ese escenario los movimientos disidentes pacíficos tendrán que tener ideadas diferentes maniobras capaces de convertir una chispa como la de agosto de 1994 en una verdadera implosión que borre de una vez y por todas el injusto régimen castrista. De lo contrario, el Maleconazo habrá sido en vano.
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