Por Orlando Fondevila
La tiranía castrista, cualesquiera que sea la forma
en que se intente presentar –que se ha presentado por más de medio siglo- no es
más que una variación del mal que es en sí misma. Es absolutamente imposible
que se produzca un cambio verdadero en su naturaleza, que conllevaría por
necesidad a su desaparición.
En los últimos años, a partir del supuesto
cambio del bastón de mando, se ha venido fabricando el espejismo de una
presunta “apertura”, de unas imaginarias “reformas”, en fin, de una
“dulcificación” del régimen que, hipotéticamente, irían abriendo caminos hacia
una “Cuba mejor y posible”. En otras palabras, un amable y paulatino cambio de
naturaleza del mal. De esta guisa, Raúl Castro, al frente de un grupo de
atrevidos “reformistas”, estaría llevando adelante la proeza de sacar el
maltrecho barco cubano de la inclemente tormenta de horror y miseria que le ha
venido azotando sin tregua desde el 1 de enero de 1959. Así, han venido
llegando a cuentagotas “audaces reformas”, que han encandilado a buena parte de
la prensa internacional, que en un ejercicio más bien pueril de wishful thinking, ha querido ver un
cuando menos aceptable cambio de rumbo. Por cierto, no solo la prensa
internacional se ha dejado seducir alegremente por las capciosas candilejas,
sino que cierta troupe cubana se ha
sumado con insólito entusiasmo a la siniestra ilusión. Todo esto a pesar de que
las tales “reformas”, en el caso de las económicas, han sido sacadas de un
manual de supervivencia, y en ningún modo han estado dirigidas a modificar
sustancialmente nada. ¿O acaso no es mera supervivencia la autorización de unas
sillas más en “paladares”, o tolerar las peluquerías de personas o de perros
(que para el régimen son lo mismo), o permitir la venta con muchas limitaciones
de viviendas y carros usados? Para los cubanitos no hay más. Lo grande a que
aspira el régimen –como dejo claro el
brumoso canciller Bruno- es a las grandes inversiones norteamericanas, al
turismo americano, a los créditos norteamericanos, es decir, al fin del odioso
embargo y con ello la anhelada financiación del castrismo por parte de EE.UU.
Pero ocurre que hay otros elementos a tener en
cuenta en la estrategia de salvación de la tiranía. Para conseguir lo anterior no
podrán soslayar otros factores. Por un
lado, ya no es posible engatusar como antes a la población, ni convendría a los
intereses de los Castro y sus secuaces verse obligados a emplear los métodos de
terror y control de otros momentos, aunque por supuesto sin renunciar a ellos.
Lo que ahora les parece más oportuno es el chantaje. Chantaje si se quiere
menos grosero, más risueño en las formas. Y esto tiene que ver también con el
otro factor, importantísimo, de la ecuación: el exilio. La tiranía chantajea e
intenta confundir al exilio y a los cubanos desesperados dentro de la Isla. La
tiranía se inventa una nueva y sutil estrategia represiva, una estafa en toda
regla a los sentimientos y a los instintos. Llega entonces la “reforma
migratoria”. Se facilita la salida y la entrada de los cubanos a Cuba, como si
dijéramos que se nos permite respirar o contemplar un amanecer. Claro, con sus
limitaciones. Ni todos serán autorizados a salir, ni todos serán autorizados a
entrar. ¿Y por qué alguien tiene que ser “autorizado” a entrar o salir de su
casa? ¿Quién, si no Dios, puede autorizarme o no a respirar? Pues sí, los
cubanos tendrán que “portarse bien” para ser autorizados a entrar en su casa.
La estrategia de la tiranía, es decir, esta variación del mal, consiste en
desactivar la combatividad del exilio, así como la posibilidad de que el hastío
de la población al interior de la Isla pueda desembocar en una convulsión.
Piensan los perversos estrategas que la perspectiva de poder escapar de unos, y
las de poder regresar de otros, propiciaría una especie de reino de la
amoralidad colectiva, anulando la consustancial ansia de libertad del hombre.
Otro engendro más en el diabólico laboratorio en que ha convertido a Cuba el
“loco endemoniado”, como magistralmente le definiera Rafael Díaz- Balart.
Puede que la nueva malévola variación pueda
surtir efecto en algunos, incluso en muchos. De hecho, ya han aparecido
apasionados aplaudidores en ambas orillas de nuestra humana geografía. Estoy
seguro de que no tendrán finalmente éxito. Y es que solo miran a la superficie
del ser humano. Se quedan en lo aparente del cubano. No ven que la libertad no
puede ser apagada indefinidamente. No hay variaciones estratégicas del mal que
puedan triunfar ante el anhelo latente de libertad de un pueblo. Cuba y los
cubanos serán libres más temprano que tarde.